El verdadero Rostro de Oskar Schindler que no nos muestra Hollywood.
El héroe hedonista y amoral que salvó la vida a mil doscientos judíos
JUAN GÓMEZ-JURADO
Schindler gastó toda su fortuna y utilizó sus buenas relaciones con los nazis para salvarlos
Héroe. Palabra mal utilizada y desgastada como
pocas en estos tiempos, asignada de manera bobalicona a futbolistas que
marcan goles en el último instante o a famosos de tres al cuarto. Es una
palabra grande, que pronunciada de forma enérgica y reposada llena de
sentido una existencia. Sólo la historia puede concederla, y caprichosa como es, lo hace a los seres más inopinados.
Hedonista, amoral, borracho, seductor y
mujeriego. Alemán y empresario en los peores años del nazismo,
arribista, corrupto y corruptor. Y sin embargo, héroe.
De la única clase indiscutible, aquellos que a través de acciones
insensatas, rayanas en la estupidez, ponen en riesgo vidas y haciendas
para salvar a los demás.
Inmortalizado por la obra maestra de Spielberg,
«La Lista de Schindler», nominada a doce Oscars y ganadora de siete, su
rostro ha pasado al inconsciente colectivo con los rasgos de Liam
Neeson y el inmaculado guión de Steven Zaillian, basado en la novela de
Thomas Keneally. El dulce arco del personaje retratado en esa historia
es hollywoodiense, blanco y radiante, como corresponde a los cánones y a
los gustos del público. Pero Oskar Schindler es mucho más admirable
cuando se le comprende en su conjunto, con sus bajezas y sus miserias.
Nacido en Zwittau, Moravia (entonces Imperio
Austrohúngaro, hoy República Checa) en 1908, Schindler era hijo de un
vendedor de maquinaria agrícola. hijo de burgueses de ciudad pequeña, si
en algo destacó Oskar fue en su capacidad para el engaño. Antes de
cumplir los 16 años fue expulsado de la escuela técnica a la que acudía
por falsificar su boletín de notas. No llegó a graduarse ni ir a la
universidad, sino que trabajó para su padre durante algunos años y saltó
de un empleo a otro, sin llegar a asumir nunca responsabilidad alguna.
Cuando se casó en 1928 con su esposa Emilie Pelzl, un año mayor que él,
lo hizo por conveniencia. Era la hija de un acaudalado granjero, y la
pareja ni siquiera tomó casa propia, sino que se mudaron con sus padres.
Eran los críticos años de entreguerras, y la dureza de la vida en una
Europa empobrecida, algo más liviana en los Sudetes, obligan a Schindler
a buscar empleo en un banco. En esa época engendra un par de hijos con
una amante, es arrestado varias veces por embriaguez en público y espía
para la Abwher, la inteligencia de la Alemania Nazi.
Su degradación moral va en aumento cuando se
traslada a Cracovia en 1939, un mes después de la invasión nazi, y
conoce a Itzhak Stern (Ben Kingsley en la película
de Spielberg), el contable judío de otro agente de de la Abwher.
Schindler le pide a Stern consejo para comprar una fábrica de productos
esmaltados que había pertenecido a unos judíos. Tras la invasión, estos
ya no estaban autorizados a poseer empresas, y ahí había acudido
Schindler, como buitre a los despojos. Stern le dice que sería un gran
negocio en aquellos tiempos de guerra, y Schindler comienza a medrar y a
amasar dinero a manos llenas con el sudor de centenares de esclavos
judíos.
Transformación personal
Y en los años siguientes es donde la historia
de este hombre da un vuelco inaudito. El parásito hedonista, por el
trato diario con los judíos y por el exterminio inminente al que estos
se enfrentan según avanza el conflicto, se transforma en un benefactor.
Si hay un truco que los novelistas y los cineastas han convertido en
canon es convertir a un personaje oscuro en positivo enfrentándolo a un
monstruo sin escrúpulos. Ese es Amon Göth (Ralph Fiennes en la
película), el comandante del campo de concentración que proveía de mano
de obra a Schindler. Una bestia sádica y asesina, responsable de más de
8.000 muertes. Con una gran combinación de carisma, bonhomía, diplomacia
y, sobre todo, sobornos, Schindler fue manipulando a Göth para salvar
tantos judíos como pudo.
Una esposa heroica
Hay grandes discrepancias entre la historia
narrada en la película y la realidad. No en el fondo, sino en la forma.
Los rescates no tuvieron lugar en una única y emocionante escena final,
sino a lo largo de varios meses y con operaciones rocambolescas y
complejas que ocuparían un espacio del que no disponemos.
Pero la
esencia es la misma. Schindler fue arrestado varias veces, puso en
peligro su vida y –sobre todo, lo más doloroso para él–, se dejó toda su
fortuna en sobornos.
No lo hizo solo, no obstante. Emilie, la sufrida y
humillada esposa, estuvo a su lado durante todo el proceso y fue tan
responsable, heroica y abnegada como él. La cultura popular la ha dejado
a un lado, pero no la historia. Ambos vivieron finales separados y
amargos, sobreviviendo como pudieron tras la guerra, dependiendo de la
caridad de los «Schindlerjuden», aquellos cuyas vidas protegieron.
Quien salva una vida, salva el mundo entero,
dice el Talmud. En el 40 aniversario de su desaparición, celebramos el
corazón y el alma de quien fue capaz de salvar el mundo 1.200 veces.
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