El gas natural refuerza a Israel, pero no acabará con el conflicto
Por: Jonathan S. Tobin
Hay que reconocer el mérito del New York Times. Aunque buena parte del mundo periodístico ya trató a fondo hace tiempo la noticia de la explotación por parte de Israel de sus yacimientos de gas natural y de cómo ello va camino de convertirlo en una superpotencia energética, el denominado “periódico de referencia” al fin se ha decidido a abordar la noticia. En una noticia publicada el lunes 14, el Times analiza cómo la explotación del yacimiento marino Tamar y del aún mayor Leviatán está haciendoenergéticamente independiente al Estado judío y lo está situando en posición de convertirse en uno de las principales suministradores de gas para las naciones árabes vecinas e, incluso, para Europa. Se trata de un logro colosal. Pero, pese a las implicaciones de este acontecimiento, el Times, por desgracia, está exagerando uno de sus aspectos. Si bien el gas puede hacer aún más fuerte a Israel y reforzar sus lazos con naciones árabes moderadas, no acabará con el conflicto con los palestinos ni con el resto del mundo árabe y musulmán.
La explotación de los yacimientos submarinos le da la vuelta al viejo chiste de cómo Moisés condujo al pueblo judío al único país de la región que no tenía petróleo. Como escribía Arthur Hermann en el número de marzo de Commentary, estas nuevas fuentes de energía tienen la capacidad de hacer aún mayor a una economía israelí ya de por sí fuerte y floreciente. Aunque hay serias dudas respecto a si Israel podrá aprovechar debidamente este filón, aun con la ayuda de inversores y colaboradores extranjeros, como la tejana Nobel Energy Company, que gestionaTamar,también hay motivos para preocuparse porque la creciente ola de odio antiisraelí en Europa y otros lugares pueda interferir con la capacidad de los inversores globales para contribuir a financiar esta iniciativa.
Pero incluso quienes se muestran más pesimistas respecto a las posibilidades de Israel deben admitir que el boom energético posee la capacidad de reforzar aún más la economía del Estado judío y de brindar una base para sólidas asociaciones económicas con Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina.
Pero algunos de los optimistas a los que se cita en el artículo deCommentary y en el Timesdeben rebajar sus expectativas respecto a la conexión entre gas natural y paz. Cualquiera que crea que la perspectiva de una beneficiosa asociación económica con Israel podrá convencer a los palestinos de que desistan de su empeño en destruirlo no ha estado prestando mucha atención a la historia del conflicto.
Desde los primeros días del movimiento que vio a los judíos regresar a su patria histórica, los sionistas han soñado con que la cooperación económica proporcione la fórmula mágica que convenza a los árabes para que acepten la nueva realidad. En particular, el movimiento laborista sionista anterior a la creación del Estado de Israel estaba fuertemente imbuido de la noción de que la clase obrera y los agricultores palestinos hallarían un vínculo común con sus camaradas obreros judíos y rechazarían los llamamientos a la violencia de sus líderes, surgidos de entre los terratenientes locales. Pero esas esperanzas se vieron frustradas. Lejos de darse cuenta de los evidentes beneficios que les reportaría la labor de los sionistas que desarrollaban el país, los árabes consideraban una amenaza cada nuevo logro o infraestructura. Puede que quisieran una mayor prosperidad, pero valoraban más su concepto del honor nacional (que consideraba un insulto y una injuria intolerable cualquier idea de soberanía judía ni siquiera sobre un centímetro del país) que sus carteras o el bienestar de sus familias.
Esa tendencia prosiguió durante el periodo pre-estatal, tras la creación del Estado judío y en la actualidad. De hecho, si el bienestar de los individuos o incluso el sufrimiento de los refugiados de 1948 y de sus descendientes fueran una prioridad nacional, hace tiempo que los palestinos habrían abandonado sus inútiles reclamaciones de un derecho de retorno que destruiría a Israel y, en cambio, habrían concentrado sus esfuerzos en el reasentamiento y la aceptación de unas ofertas de paz que les habrían concedido un Estado con prácticamente todo el territorio fuera de las fronteras de 1967 que reclaman.
Si el desarrollo económico significara algo para la opinión pública palestina, la retirada israelí de Gaza habría tenido unas consecuencias muy distintas. Aunque inversores extranjeros compraron los invernaderos dejados por los granjeros israelíes que se marchaban, dichas estructuras fueron incendiadas tan sólo unas horas después de la retirada en lo que constituyó una orgía destructiva. Y Salam Fayad, exprimer ministro de la Autoridad Palestina, tampoco se habría visto convertido en un hombre sin partido, e incluso sin electorado, cuando trató de establecer una serie de medidas de buen gobierno y de acabar con la corrupción oficial de Al Fatah, que plaga la Margen Occidental.
Los yacimientos de gas natural tienen un impacto indirecto sobre las posibilidades de paz. Al hacer más fuerte a Israel, conceden al Estado judío capacidad para resistir en vez de hacer concesiones precipitadas que sólo permitirían que los palestinos prosiguieran con el conflicto incluso en condiciones más favorables. El muro de hierro del que escribió Zeev Jabotinsky en los años 20 cuando disentía del optimismo de los laboristas respecto a la paz con los árabes sigue siendo el único factor que puede persuadir a éstos de que pongan fin al conflicto, como hizo con los Gobiernos de Egipto y Jordania, pese a que la mayoría de los habitantes de ambos países son implacablemente hostiles a Israel.
Los amigos de Israel deberían sentirse animados por la explotación de los yacimientos de gas, y sus enemigos desanimados. Pero mientras el nacionalismo palestino siga inextricablemente unido a la causa de la eliminación del Estado judío, dondequiera que se establezcan sus fronteras,dichos yacimientos no pondrán fin al conflicto. Tampoco harán que a los europeos que creen las mentiras de que Israel es un Estado segregacionista y colonial les resulte más fácil limitarse a hacer negocios con él en vez de ayudar a quienes buscan su destrucción.
Israel debe defender su derecho sobre su territorio, y no tan sólo su derecho a la seguridad o la posibilidad de contribuir a proporcionarle a Europa una alternativa a las fuentes de energía árabes o rusas. Si no lo hace, ni todo el gas natural del mundo podrá impedirle a la comunidad internacional tratar de destruirlo.
Fuente: Commentary
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