Un soldado libanés se une al pueblo judío
Desde una edad temprana le preguntaba a Dios:
“¿Por qué fui creado musulmán?”.
por Jananya Bleich
Mi nombre es Munir Mundar. Soy un musulmán libanés que sirvió en el ejército israelí y que dio todo por el Estado de Israel.
Si esas palabras te parecen inusuales, no eres el único. Fue con esas palabras que me presenté al público hace dos años cuando me embarqué en mi camino hacia el judaísmo. La semana pasada, bajo la guía del beit din de Haifa, me uní al pueblo judío.
La noticia causó un gran revuelo en la prensa de Israel, pero una vez que la gente oyó la historia de mi vida, incluso quienes han experimentado el terror en carne propia expresaron su apoyo y simpatía.
Publiqué mi historia en Internet con la esperanza de generar conciencia.
“Quiero contarles, mis queridos israelíes, la historia de mi vida. Mi madre y hermana fueron asesinadas por terroristas. Otra de mis hermanas fue herida. Los hijos de mi hermano están lisiados de por vida. Todo esto fue obra de los asesinos de Hezbolá. Al igual que Hamás, al-Qaeda y el Estado Islámico, son una organización depravada que lucha contra Israel y el mundo entero.
Quiero que entiendan por qué estoy compartiendo esto con ustedes. Después de todo, nací musulmán y muchos de ustedes dirán que sólo quiero beneficiarme de su país sin dar nada a cambio. Quiero que sepan que he luchado por Israel. He luchado por la seguridad de cada ciudadano. Y finalmente, quiero que sepan que también estoy estudiando Torá y, luego de un largo proceso, he completado mi proceso de conversión. Soy un orgulloso judío.”
Nací en Beirut, siendo el menor de cuatro niñas y dos niños. Mis padres se divorciaron cuando yo era pequeño, pero nuestra familia permaneció unida.
Cuando yo tenía 10 años, mi hermano se unió al Ejército del sur del Líbano, una milicia bien armada, formada principalmente por cristianos, que contaba con unos 4.000 soldados que se aliaban a Israel para mantener la seguridad en la frontera libanesa-israelí. Con la ayuda de Israel, la milicia luchaba en contra de las organizaciones terroristas, incluyendo la OLP y Hezbolá.
Dos años después de que mi madre y hermana comenzaran a trabajar para el ejército israelí, Hezbolá las asesinó.
La milicia era activa principalmente en el sur del Líbano, en donde Israel tuvo control militar desde fines de los 70 hasta su retiro en el año 2000. La vida bajo el control del Líbano había sido turbulenta, estuvimos bajo el régimen de una organización terrorista, luego de otra y otra. No sentíamos un amor especial por Israel, pero al menos era más pacífico. Muchos civiles libaneses hallaron trabajo en las bases del ejército israelí en el sur del Líbano, entre ellos mi familia. Mi madre trabajaba como cocinera de la base y mi hermana como guardia en un punto de control, revisando los documentos de todo el que transitara ese camino en particular.
De más está decir que Hezbolá no aprobaba que civiles libaneses cooperaran con el ejército israelí, y mi familia pagó un precio muy alto.
Dos años después de que mi madre y hermana comenzaran a trabajar para el ejército israelí, Hezbolá las asesinó. Una noche, terroristas irrumpieron en nuestra casa disparando hacia todos lados. Mi madre y hermana murieron, y otra hermana fue herida de gravedad. Yo tenía 12 años.
Yo no estaba en casa en ese momento, me estaba quedando con mi padre. En la mañana, cuando mi padre salió a trabajar, llevándome con él, fuimos detenidos en un punto de control y nos informaron que mi hermana y mi madre habían sido asesinadas. Mi mundo se derrumbó.
Comencé a tener resentimiento con mi propia fe musulmana y con quienes afirmaban representarla. Ellos habían matado a mi madre y a mi hermana sólo por haber trabajado para los israelíes.
Durante los meses siguientes, el trauma de los asesinatos sumado al caos en las aldeas del sur del Líbano hizo que mi familia —o lo que quedaba de ella— se disolviera. Mi padre se volvió a casar y tuvo nuevos hijos, por lo que se interesó menos en nosotros. A excepción de mi hermana mayor, me alejé de la mayoría de mis hermanos. Cuando mi hermana herida fue dada de alta en el hospital, no teníamos adónde ir. Durante un tiempo vivimos en una casa abandonada.
A los 15 años me uní oficialmente a la milicia del sur del Líbano.
En 1990, un oficial de la milicia del sur del Líbano nos halló ocultándonos en las ruinas, sintió lástima por nosotros y nos alquiló un departamento. El oficial tenía la misión de patrullar el área en donde vivíamos y yo me convertí en su ayudante y en quien lo acompañaba en todos sus deberes.
Al ver de cerca las actividades de la milicia, un año después decidí unirme, a los 15 años de edad. Serví durante los siguientes tres años, pero en 1993 fui herido por una bomba artesanal. Dos de mis amigos murieron en ese ataque.
Quedé sumamente herido en aquel incidente, y fui evacuado al hospital Rambam en Haifa, donde estuve hospitalizado durante dos meses. Luego de eso volví al Líbano, pero me llevó dos años recuperarme por completo. No podía hacer nada. Durante esos años, fui considerado un veterano discapacitado y recibí ayuda del Estado de Israel.
Cuando me recuperé volví a la milicia. A pesar de que los luchadores libaneses hacían el trabajo sucio en tierra, los soldados israelíes siempre luchaban con nosotros hombro a hombro. Con el pasar de los años me casé con una mujer libanesa y tuve dos hijos, pero el matrimonio se complicó y cuando el ejército israelí se retiró del Líbano en el año 2000 yo, junto a otros veteranos de la milicia, nos fuimos con ellos. Yo quería comenzar una vida nueva en Israel, lejos de la violencia y el terrorismo.
Junto a los otros soldados de la milicia, estuvimos temporalmente en departamentos dispersos por todo el país, principalmente en el norte. Luego, después de seis semanas, Israel llegó a un acuerdo con Alemania que nos permitiría emigrar allí y recibir ciudadanía alemana. Fui, pero después de 10 meses volví a Israel. No me sentía en casa. No me llevaba bien con la gente del lugar.
Al volver recibí la ciudadanía israelí. Se emitió para mí una cédula de identidad que me reconocía como un soldado discapacitado del ejército israelí y, junto a ella, un subsidio por discapacidad del Ministerio de Defensa. Intenté hacer mi vida como musulmán leal a Israel, pero me sentía solo. La comunidad musulmana no me hacía sentir cómodo. Nadie me invitaba a una comida festiva, por lo que durante 14 años no celebré nada. Si bien intenté con varios negocios, tuve poco éxito y eventualmente me rodeé de personas no tan respetables.
Pero entonces, una vez más, la ayuda se presentó disfrazada de un oficial del ejército; esta vez un israelí. Un oficial retirado me reconoció de sus años en la milicia, cuando había estado en el Líbano, y se ofreció para ayudarme. Gracias a su generosidad pude salir del ambiente criminal en el que me había involucrado. Logré recuperar la confianza en mí mismo y la dignidad porque él tuvo fe en mí.
Sin embargo, el cambio más dramático de mi vida ocurrió hace tres años en Iom Kipur, cuando mi benefactor me invitó a unirme a él para los servicios religiosos. Fue la primera vez que presencié una plegaria judía.
Desde pequeño siempre le preguntaba a Dios, “¿Por qué fui creado musulmán?”. Sufrí mucho por ser musulmán. Pero cuando estaba rezando con los judíos, noté que ellos sólo rezan por la paz. Ellos no rezan por muerte para los árabes. Me di cuenta de que a pesar de las dificultades que había tenido, los judíos fueron quienes me salvaron. Durante 14 años un musulmán jamás me invitó a nada; ahora los judíos me estaban aceptando. Decidí convertirme en judío.
La semana siguiente estaba en Haifa, y mientras caminaba por la calle vi a un rabino. Le dije que tenía un amigo que quería convertirse. Me dio su número telefónico y me dijo que se lo diera a mi amigo. Durante unos días llamé a ese número, pero nadie respondió.
Unos días después volví a cruzarme con el rabino. En esta oportunidad, me dio el número del beit din.
Llamé a la corte y les dije que mi nombre era Munir Mundar y que quería convertirme. Me invitaron a ir para una entrevista. Les conté mi historia y me dieron el número de teléfono de un rabino, diciéndome que hablara con él para recibir clases de judaísmo. Entonces abrieron un archivo con mi caso.
Pocos días después me uní a un curso que acababa de comenzar. Pasé los exámenes de conversión después de un año y medio de estudio intenso. La semana pasada mi pedido de conversión fue aprobado y realicé los procedimientos requeridos por la halajá.
Me convertí en Meir Mizraji, un judío.
Hasta ahora, nunca me había sentido cómodo con mi identidad. La sentía como algo temporal. Ahora me siento bien. Tengo paz mental. Estoy orgulloso de pertenecer al pueblo de Israel.
Tengo paz mental. Estoy orgulloso de pertenecer al pueblo de Israel.
El proceso ha sido difícil. Al comienzo, respetar Shabat me resultó difícil. Las clases eran difíciles. Pero ahora, respetar Shabat me hace sentir bien. Lo más difícil fue no saber si el pueblo judío me aceptaría. Tenía un gran deseo de ser parte de la nación.
Convertirse es una decisión que no puede tomarse con liviandad. Demostré que realmente quiero ser judío. Hoy soy un judío completamente observante. Gracias a Dios, estoy en el camino correcto. Tengo la esperanza y rezo por algún día formar una familia judía.
Mi enojo hacia el mundo musulmán no menguó. Jamás olvidaré lo que le hicieron a mi madre y a mi hermana.
Hezbolá, Hamás, Fataj, el EI, al-Qaeda, al-Nusra. La lista de organizaciones terroristas sigue y sigue. Todos afirman hablar en nombre del Corán. El Corán dice que está permitido matar. Te ordena matar. Los salafistas matan shiítas, los sunitas matan alawitas. Se matan unos a otros y todos dicen que matar es la respuesta adecuada a sus pleitos. ¡Mira lo que está pasando en Siria! Un caos absoluto. Todo en nombre del Corán y de Alá. ¿Qué clase de religión es esa?
Israel siempre quiere paz, ¿pero con quién podemos tenerla? Abbas es un terrorista. Les da dinero a las familias de terroristas suicidas. Yo considero que todo el que apoya terroristas es él mismo un terrorista. En Siria, Assad destruyó a su propio pueblo sólo para permanecer en el poder. Lo mismo ocurre en la mayoría de los países árabes. ¿Y tienen el coraje para decir que Israel no quiere paz?
Si a los árabes no les agrada lo que tengo para decir, no me importa. No tengo miedo. Tengo fe en Dios. Sólo Él es quien determina cuándo debía nacer y cuándo debo morir. No le temo a nadie.
Si hay algo que les diría a mis primos árabes es esto, una regla general de la historia: todo país del mundo que no tiene judíos no recibe bendición. Estados Unidos tiene éxito porque tiene una gran población judía. Am Israel es el pueblo elegido. Lo dice incluso el Corán.
Y respecto a mi nueva familia, la comunidad judía, estamos viviendo tiempos muy difíciles. Si no permanecemos juntos en la lucha contra el terrorismo, tendremos un gran problema. Debemos permanecer unidos como nación.
Este artículo apareció originalmente en Ami Magazine.
Publicado: 26/10/2016
http://www.aishlatino.com/iymj/mj/398308351.html
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