Moscú baraja expulsar a una treintena de diplomáticos estadounidenses y embargar algunos de los bienes de las delegaciones diplomáticas de EEUU en Rusia. Sería la equitativa respuesta a las medidas adoptadas por Barack Obama en 2016 por la supuesta injerencia del Kremlin en las elecciones norteamericanas. Pero la medida llega en un momento mucho más complicado para el Gobierno de EEUU. El pasado mes de diciembre, Obama expulsó a 35 diplomáticos y embargó dos propiedades rusas en suelo norteamericano. El jefe de la diplomacia rusa, Serguei Lavrov, sugirió en aquellas fechas expulsar de Rusia a 35 diplomáticos estadounidenses. Moscú elaboró una lista de diplomáticos que, a modo de castigo, deberían marcharse. También se estableció prohibir que EEUU siga usando una casa de campo en el noroeste de Moscú y un depósito en el sur de la capital rusa: sería una respuesta simétrica a la acción de Washington. Pero a última hora el presidente, Vladimir Putin, decidió no responder considerando que la decisión de Obama tenía como objetivo perjudicar las relaciones con Donald Trump.
Putin anunció que el país no se rebajaría a una “diplomacia primitiva” y se reservaría el derecho a tomar contramedidas en función de la política que aplicara el nuevo equipo de la Casa Blanca. Putin quedó como el bueno de la película. Y Obama, como el villano de la historia. En Moscú fueron recibidos los 35 diplomáticos rusos expulsados de Washington y San Francisco. El Gobierno de EEUU impuso sanciones a nueve entidades e individuos, incluyendo las agencias de inteligencia rusas GRU y FSB, y también cerró dos instalaciones rusas en Nueva York y Maryland.
Según aseguraba ayer martes un artículo del periódico ruso ‘Izvestia’ citando fuentes del ministerio de Exteriores ruso, Rusia no ha olvidado que esta última afrenta diplomática quedó sin contestación y vuelve a poner sobre la mesa que la nueva Administración estadounidense no ha arreglado este problema. De nada sirvió el encuentro que protagonizaron los presidentes ruso y estadounidense el pasado fin de semana en Hamburgo con ocasión del G-20. Pero sobre todo es el contexto el que convierte la exigencia rusa en una ‘encerrona’ para Trump, que está sometido a tal presión en Washington por los supuestos contactos de su equipo con Moscú que tiene muy difícil atender una petición rusa.
Desde la Casa Blanca se intenta estos días que el Congreso y el Senado no recorten todo el margen de maniobra del presidente a la hora de imponer o levantar sanciones. El tema fue planteado por primera vez por el secretario de Estado, Rex Tillerson, que cree que Trump necesita mantener “flexibilidad para ajustar las sanciones y satisfacer las necesidades de lo que siempre es una situación diplomática en evolución” con Rusia. 
Pero mientras Washington debate, Moscú prepara. El propio ministro de Exteriores ruso confirmó ayer en la localidad austriaca de Mauerbach que están estudiando qué medidas tomar. Lavrov definió la incautación de las propiedades diplomáticas rusas como “indignante”, ya que según la ley gozan de inmunidad.

Reunión para encontrar una salida

En el mismo artículo de ‘Izvestia’, se afirma que el Ministerio de Exteriores ruso planea organizar una reunión entre su viceministro de Exteriores, Serguei Riabkov, y el secretario de Estado adjunto norteamericano Thomas Shannon. Si durante esa reunión no se encuentra una solución, Rusia asegura que pasará a la acción.
Una expulsión de diplomáticos de EEUU volvería a agriar la relación igual que en los últimos compases de la ‘era Obama’. La reunión podría celebrarse la próxima semana. Un diplomático ruso no identificado dijo que en represalia Rusia podría confiscar una dacha del Gobierno de EEUU en Serebriani Bor, una zona tranquila al noroeste de Moscú. Y también un almacén EEUU en la capital. En todo caso, la residencia del embajador de Estados Unidos -situada junto a la del embajador español- y la escuela angloamericana en San Petersburgo no se verían afectadas.  
Rusia vio desde el principio las expulsiones decretadas por Obama como una medida vengativa que quería “envenenar las relaciones ruso-estadounidenses” y hacer todo lo posible para que la Administración de Trump “se viera encerrada en una trampa”, en palabras de Lavrov.
Trump había defendido inicialmente un acercamiento a Moscú, pero su posición se ha endurecido gradualmente por las presiones de Washington y por la propia dinámica de los acontecimientos. Moscú ha seguido apoyando al líder sirio, Bashar Asad, pese a las acusaciones de uso de armas químicas. Trump atacó con misiles una base siria, obligando a Moscú a marcar distancias. Ahora puede darse la segunda vuelta de ese pulso: se ha sabido que Trump y Putin sí discutieron las sanciones relacionadas con la intromisión de Rusia en las elecciones cuando se reunieron la semana pasada. Así lo dijo la Casa Blanca el lunes, contradiciendo una declaración anterior del presidente de EEUU.

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