Poco antes de la votación en la ONU, los delegados sionistas comprendieron que no tenían la mayoría necesaria. ¿Qué hacer? Se hacen trampas políticas, se recluta a la Casa Blanca y se oculta a un príncipe tailandés…
El voto decisivo en la Asamblea General de la ONU, el voto que ponía fin al mandato británico y a la división de Israel en dos estados, uno judío y otro árabe, se debía llevar a cabo el miércoles 26 de noviembre de 1947, en el salón de Flushing Meadows, en el camino entre Nueva York y Lake Success. Estaba claro para todos que existía una mayoría a favor de la partición, pero se necesitaban dos tercios de los votos concretos. Para alcanzar este objetivo, la delegación sionista debió activar todos los medios posibles a su disposición. Ellos adoptaron lo que le dijo Churchill a Stalin en Teherán en 1943: “La verdad es tan preciosa, hasta el punto que debe ser acompañada siempre con una guardia de mentiras”.
En un memorando que recibió el presidente Harry Truman de su secretario Matt Connolly un día antes de la votación, se resalta una demanda del sub-Secretario de Estado estadounidense Robert Lovett. Lovett decía “que los intereses estadounidenses estaban siendo dañados debido a las presiones de los “grupos judíos”, e incluso había signos que ellos estaban acudiendo al soborno y amenazaban a las misiones diplomáticas“. Ciertos grupos le anunciaron al gobierno de Liberia que si no se “comportaba como se esperaba”, habría un retraso en la firma del acuerdo entre ésta y los Estados Unidos (en relación con el desarrollo de los recursos naturales en Liberia). Al Embajador de Nicaragua se le declaró que si “se comportaba adecuadamente”, alguien se ocuparía se conseguir la gratitud de los Estados Unidos hacia él.
El final es conocido: en la votación, celebrada tres días después, el 29 de noviembre de 1947, se logró la mayoría necesaria. La decisión de establecer un estado judío fue aprobada. El estudio sobre la forma que se obtuvo la mayoría necesaria en las Naciones Unidas ha sido publicado recientemente en el tercer volumen (de 30) del proyecto “Israel del 70-75”, que comenzó este año y que debe ser completado en el año 2023: “Los últimos preparativos – política militar”. Aquí les presentamos algunos extractos del estudio.
La reunión decisiva de la Asamblea General, al final de la cual estaba programada la votación, tuvo lugar el 26 de noviembre. El hombre que la dirigió fue el brasileño Osvaldo Aranha. El primer orador, un representante de Grecia, expresó su oposición al plan, y no provocó sorpresa alguna: los griegos le anunciaron con antelación a los representantes de la Agencia Judía que no apoyarían la partición, ya que necesitaban los votos de los árabes en su lucha en las Naciones Unidas, pero se comprometieron a abstenerse.
El que sorprendió fue el representante de Filipinas, el general Rómulo, que también habló en contra de la partición. El voto de Filipinas entraba dentro de los cálculos más seguros de la delegación sionista. Grecia y Filipinas dependían de los Estados Unidos, y resultó que los estadounidenses no estaban realmente tratando de convencer a sus protegidos para que apoyaran su posición. Varias delegaciones cambiaron de opinión y decidieron votar en contra o abstenerse. El representante de Haití, que habló a favor de la partición en una de las reuniones ocurridas unos días antes, habló en contra en el pleno (Haití también estaba bajo la influencia estadounidense). Los miembros de la delegación sionista estaban asustados. Temían que la mayoría de los dos tercios estuviera en peligro.
El Jefe del Departamento Político de la Agencia Judía, Moshé Sharett, que dirigió la lucha política en las Naciones Unidas, y los líderes de los sionistas norteamericanos, Najum Goldman y Abba Hillel Silver, se reunieron para realizar consultas en el pasillo. Aparentemente, ellos no podían hacer nada. Todo el mundo había asumido – y así lo habían publicado los diarios de Nueva York – que esta vez se iba a llevar a cabo la votación, incluso si la reunión continuaba hasta la mañana.
Moshé Sharett – Jefe del Departamento Político de la Agencia Judía
Al otro día, el 27 de noviembre de 1947, era día de Acción de Gracias. Los residentes de los Estados Unidos se retiraron de todo trabajo, pero el fatídico voto no se pospuso. Los representantes sionistas se aprovecharon de la situación: se esperaba que 15 representantes votasen en contra por lo que se requerían 30 votos a favor y las posibilidades que sus manos se elevasen a favor eran más bien bajas. En el pasillo de consultas se decidió pedirle a un número de amigos que hiciesen pasar el tiempo usando un “filibustero” – discursos extendidos a fin de retrasar el fin de la reunión y, a la vez, tratar de persuadir al presidente Aranha de posponer la votación hasta después del día de Acción de Gracias.
El ejercicio tuvo éxito. A las 19.00 horas, el presidente de la Asamblea anunció que los delegados habían escuchado argumentos serios pero ahora necesitaban tiempo para pensar y que había entrado el día de Acción de Gracias. Debido al respeto que los representantes de las Naciones Unidas tenían por el pueblo estadounidense, “la reunión no se reanudaría después de la comida, sino que se pospondría hasta el viernes 28 de noviembre”.
Tiempo extra
Sharett y sus hombres aprovecharon el tiempo extra y continuaron trabajando. Pidieron al allegado de los Presidentes Roosevelt y Truman, el millonario judío Bernard Baruch, para convencer a los editores del The New York Times (que eran judíos) que publicasen un artículo llamando a los que iban a abstenerse para que apoyasen la partición, a pesar que esos mismos editores tenían opiniones diferentes sobre este tema. Más tarde, Baruch le escribió a uno de sus amigos que había hecho lo que se le exigía, aunque “todo esto me enferma”.
El mayor logro de los sionistas en las 48 horas cruciales fue reclutar al gobierno de los Estados Unidos, en especial el personal de la Casa Blanca – con el apoyo del Presidente Truman – en los esfuerzos para convencer a los gobiernos y a los representantes de los estados a votar a favor de la partición. El asesor del presidente, David Nils, instó al jefe interino de la delegación estadounidense, Herschel Johnson, a influir en las demás delegaciones. Johnson y los miembros de la delegación – los simpatizantes sionistas General Hilldring y Eleanor Roosevelt – informaron a las otras delegaciones que el presidente de los Estados Unidos les pidió que apoyaran la partición. Los árabes se quejaron de esto frente al Departamento de Estado, pero debido a que el solicitante era el propio presidente, Levy Henderson, el jefe del Departamento de Medio Oriente, no pudo actuar.
Los sionistas y sus amigos en el gobierno y en la élite económica de Estados Unidos, por ejemplo, presionaron a Harvey Firestone, un magnate del neumático y el caucho, con franquicias en Liberia. Firestone apeló al presidente de Liberia, William Tabman, quien ordenó a su representante de la ONU apoyar la partición. La delegación sionista también fue informada que el gobierno haitiano había condicionado su apoyo a la partición a un préstamo de 5 millones de dólares de parte de los Estados Unidos. Durante el Día de Acción de Gracias, Nahum Goldmann llamó a Adolf Berl, el ex Secretario de Estado adjunto, y le pidió que lo ayudara a persuadir al presidente haitiano. Berl envió un telegrama al presidente Domaris Astima. En el telegrama de respuesta se le aseguró que se habían enviado instrucciones a la delegación para apoyar la partición. Truman dijo sobre un informe que recibió de Haití: “Nuestro cónsul le dijo al presidente haitiano que debería cambiar el voto de su delegación”.
Se ejerció una gran presión sobre el embajador filipino en Washington, Joaquim Elizard, a través de los dos ayudantes presidenciales, Clark Clifford y David Niles. El embajador filipino le contó  a la embajadora británica en Washington que el 28 de noviembre “o en una fecha cercana”, el secretario de Truman le dijo “tengo una petición personal de la Casa Blanca” para hacer todo lo posible para que el gobierno filipino cambie el voto de sus representantes en la ONU. El ministro de Asuntos Exteriores, Lobet, o su secretario, acudieron a él con una petición similar, pero el embajador filipino no creía que el propio ministro de Asuntos Exteriores Marshall estuviera al tanto, aunque afirmó que el “enviado personal” del secretario de Estado, General Hilldring, estaba dirigiendo todo.
El juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Frank Murphy, también le pidió, en una carta, que presione a su gobierno para apoyar la partición. Poderosos senadores le enviaron un telegrama con una solicitud similar, y el jefe de la delegación de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Warren Austin, le dijo por teléfono que esta votación estaba siendo examinada por Estados Unidos y que Filipinas debería tenerla en cuenta. SI no apoyaba, su decisión tendría consecuencias. Paralelamente, los líderes de la Agencia Judía llamaron en la medianoche al amigo personal del Presidente de Filipinas, el judío Julius Edelshtein, para pedirle que presionara para cambiar la decisión. Medio dormido… Edelshtein actuó como le pidieron.
En un informe enviado a Washington, el embajador de Estados Unidos en Filipinas explicó por qué el Presidente cambió su posición ordenándole a su representante que votase a favor de la partición, después que hablara en contra en el plenario: -Su embajador en Washington le informó que si el voto era contra los deseos de los Estados Unidos, las relaciones entre los dos países se verían perjudicadas. “Hay muchos musulmanes en Filipinas y el presidente del país cree que la presión es injusta”, se quejó el embajador estadounidense.
En un memorando oficial redactado por George Kennan del Departamento de Estado, este señaló que Bernard Baruch le pidió a William Christian Bullitt Jr., ex embajador de Estados Unidos en China, que dijese a sus amigos chinos que si votaban en contra de la partición, según lo prescrito por el gobierno chino, no recibirían ayuda de Estados Unidos. Bullitt envió dicha advertencia al embajador de China en Washington, el Dr. Willington Kan, siendo que China terminó absteniéndose, según explica el texto de Kennan. Kan le dijo a Bullitt que su gobierno optó por abstenerse “debido a los muchos musulmanes que vivían en China”.
Kennan y Bullitt probablemente no sabían en tiempo real que mientras se movilizaba a la acción a Bernard Baruch, los sionistas eran asistidos por el general retirado del ejército chino, el judío Moris Cohen (cuyas hazañas fueron reproducidas en la película “El general murió al amanecer”), que vivió en Canadá. El coronel retirado Ezra Harel escribió sobre él en su libro “El poderoso encuentro entre la ciencia y la profecía”: -“Tras ser preguntado para que ayude, Moris Cohen voló de Canadá a los Estados Unidos presentándose en la casa del representante de China en las Naciones Unidas. Cohen le preguntó cómo iba a votar China a lo que le contestó que había recibido una orden directa de oponerse. Cohen comenzó a convencer al embajador, en palabras suaves que estaban envueltas con señales de amenazas, y el resultado fue que el embajador chino finalmente se abstuvo”.
Una vuelta por Turquía
Otros tantos países también se vieron obligados a quedar bajo la presión para apoyar el plan de partición. También hubo algunos que se beneficiaron directamente del cambio en su posición. En el informe enviado por Lawlin Tomfson, director de Europa del Este en el Departamento de Estado, a Levi Handerson, sobre su conversación con el Embajador de Cuba en Washington, Tomfson le dijo: “El señor Ballet dijo que un representante de América del Sur cambió su posición, de una oposición a apoyar la partición, a cambio de 75 mil dólares en efectivo. Otro representante de América Central, rechazó una oferta de 40 mil dólares aunque su gobierno le ordenó apoyar la partición. El Sr. Ballet cree que un ministro de ese estado puso el soborno en su propio bolsillo”.
El 27 de noviembre, el Representante de la Cámara de Representantes Emanuel Seler regresó de Lake Success e informó al presidente Truman que existía una preocupación que la propuesta de partición cayera por uno o dos votos. Le pedía a la delegación de Estados Unidos que presionasen a los representantes de China, Ecuador, Liberia, Honduras y Paraguay, que tenían fuertes relaciones con los Estados Unidos, y especialmente a Grecia, “nos deben mucho” – ya que la Doctrina Truman detuvo el avance del comunismo en Grecia. Pero la presión que afectaba a Grecia no era norteamericana sino árabe – que votó en contra de la división bajo promesa de la Liga Árabe de apoyarla en el conflicto con los países balcánicos comunistas.
Mejores resultados ejerció la presión sobre el representante de Tailandia, el Príncipe Van. En la mañana del 29 de noviembre, el Príncipe partió a Bangkok a bordo del “Queen Mary”. Explicó que la situación en su país lo requería, por lo que no votó en contra de la partición, a pesar de la orden de su gobierno.
En esas 48 horas de gracia que recibieron los sionistas, no solo tuvieron que persuadir a las delegaciones indecisas para que los apoyaran, sino también mantener el campo de apoyo para que no abandonasen. En el bloque latinoamericano eran 20 de los 57 estados miembros de la ONU, y sin su apoyo masivo, los sionistas no tenían ninguna posibilidad.
Cada uno de los representantes de la Agencia Judía en América Central y del Sur – Arik Heinman en Guatemala, Sam Vishniak y el Dr. Adolfo Fastlicht en México, el Doctor Salvador Rozental en Perú y otros muchos más – recibieron instrucciones del jefe de la Agencia Judía para América del Sur, Moshé Tov, para “Meterse en el Finish”. Ellos organizaron conferencias de intelectuales y empresarios a favor del establecimiento del Estado de Israel y trataron de influir en los líderes de los países de todas las maneras posibles. Moshé Tov, por ejemplo, exigió que su representante en Chile enviara partidarios, judíos y no judíos, a manifestaciones delante de la residencia del presidente. Al final, 13 países de América Central y del Sur apoyaron la partición. Seis se abstuvieron y solo Cuba se opuso.
El representante turco, Salim Sarper, fue persuadido por la presión y recomendó que su gobierno votara por la partición, o al menos se abstuviera. Pero su posición no fue aceptada y recibió instrucciones de oponerse.
Un enorme pánico inundó a la delegación de la Agencia Judía debido a la abstención de Francia y Bélgica en la votación durante las deliberaciones de la comisión ad hoc que trató el tema antes de la propuesta. De acuerdo con el miembro de la delegación de la Agencia Judía, Abba Eban, estaba claro que “su apoyo en la votación final sería necesaria e indispensable. Una abstención de Francia podría aplastar a todo el frente de Europa Occidental”.
El Dr. Jaim Perelman, profesor de filosofía y derecho en la Universidad de Bruselas, era amigo del embajador belga ante las Naciones Unidas. Durante la Segunda Guerra Mundial Perelman y su esposa Fella habían sido los líderes de la clandestinidad antinazi belga. Ambos movilizaron a la élite política y académica para que Bélgica no se retractara de su apoyo al Plan de Partición.
En Francia, Moshé Sneh y Moris Fischer lograron cambiar el 26 de noviembre, las disposiciones de la delegación del Ministerio de Asuntos Exteriores de las Naciones Unidas, para apoyar a la oposición, pero en la Agencia Judía temían que regresasen a la primera posición. Abba Eban redactó un telegrama al ex primer ministro judío León Blum: “¿Quiere Francia ocupar un lugar que nunca va a desaparecer en la memoria del hombre? Jaim Weizmann firmó el telegrama, y ​​al final Francia apoyó la partición.
De todos modos… Estados Unidos
El importante papel que el Presidente Truman jugó tras bastidores, para lograr la mayoría de dos tercios, lo atestiguan las cartas de agradecimiento y elogios que recibió después que la partición se aprobase. Doce días después escribió Abba Hillel Silver que en las críticas 36 horas anteriores al voto, Truman pidió al Departamento de Estado que alentasen a los países indecisos a votar a favor de la partición diciéndoles que ese era el deseo de los Estados Unidos. El 25 de enero de 1948 Silver dijo, en una reunión de la Agencia Judía en Jerusalén: “Si hemos obtenido la mayoría de dos tercios, fue gracias al presidente Truman. Lo hizo medio a regañadientes. Truman viene de un partido que tiene en cuenta las voces de sus votantes, y por lo tanto fue más fácil presionarle que hacerlo sobre Marshall”.
El 3 de diciembre de 1947, Emanuel Seler, miembro de la Cámara de Representantes, envió una carta de agradecimiento a Truman por su contribución a la resolución de la ONU. Se comprometió a alabarlo públicamente en Nueva York y en otros lugares. La declaración del personal de planificación política del Departamento de Estado, el 19 de enero de 1948 afirmaba que los judíos no hubiesen logrado reclutar los dos tercios “si no fuera por el liderazgo de los Estados Unidos y su presión en las discusiones de la ONU”. Moshé Tov dijo que después del establecimiento del estado, el canciller brasileño le dijo: “La Asamblea General decidió la partición debido a la presión del presidente de los Estados Unidos”.
La intervención personal de Truman, declaró el director de la Agencia Judía en Nueva York, Michael Comay: “La clave estuvo en la relación entre la Agencia Judía y el gobierno de Estados Unidos, que se coordinaron justo en el momento de la verdad. La mayoría de los representantes parlamentarios norteamericanos por aquellos días se negaron a intervenir, pero durante la presión del día de  Acción de Gracias y gracias a la dramática presión judía, llevaron a Truman a intervenir. Los estadounidenses intervinieron y mejoraron la situación, pero solo en las últimas 48 horas recibimos el apoyo total de los Estados Unidos”.
También el otro lado, por supuesto, buscó reclutar partidarios. El día antes de la votación, el embajador de Egipto ante la ONU, Yusuf Pasha, advirtió que “un millón de judíos viven en paz en Egipto y en otros países islámicos y disfrutan de todos los derechos civiles. No quieren emigrar a Palestina. Pero si se establece un estado judío, nadie puede evitar los problemas: estallarán pogromos en Palestina, se extenderán por todos los países árabes y tal vez desembocarán en una guerra interracial. Si los miembros de las Naciones Unidas deciden sobre la partición de Palestina, tendrán la responsabilidad sobre los graves problemas y la matanza de un gran número de judíos”.
Antes de la votación se suponía que el representante de Islandia, Tor Tours, presentaría las conclusiones del tercer subcomité, destinada a conciliar las posiciones de las anteriores dos subcomisiones. La delegación sionista le pidió a Abba Eban que intervenga ante Tours para asegurar el éxito en la reunión decisiva. En la mañana del 29 de noviembre, Eban visitó a Tours en el Hotel Berkeley en Nueva York. Allí le pidió que hablara con simpatía sobre el Plan de Partición. Tours le respondió que el destino del pueblo judío estaba cerca del corazón de los pequeños islandeses quienes guardaban celosamente su libertad, y le prometió una actitud de simpatía.
Las amenazas de los árabes
En la tarde del sábado 29 de noviembre, el salón en Flushing Meadows estaba lleno y la atmósfera era realmente festiva. Todos sabían: llegó el momento de la decisión. Dos horas antes de la apertura de la reunión, 15.000 personas, en su mayoría judíos, llegaron a las oficinas de la ONU, pero solo un millar de ellas recibió los boletos de entrada.
En la apertura de la reunión, el Secretario General Aranha pidió un resumen de los recientes intentos para llegar a un acuerdo. En la moción del día pidió el representante del Líbano, Camille Chamoun, en contraste con su posición anterior, explicar que ahora los países árabes estaban dispuestos a discutir una solución federal-cantonal y el compromiso de los seis principios: se establecerá un estado federal independiente en Israel desde 1 de agosto de 1948, el gobierno será federal y se construirá en dos cantones, judíos y árabes, cada cantón tendrá un mínimo de la otra minoría, los habitantes de la Tierra de Israel van a elegir una asamblea constituyente para preparar una Constitución y tener una representación proporcional a todos los residentes, la relación entre el gobierno central y el regional será parecido al de los Estados Unidos, con una Constitución que garantizase la Protección de los lugares santos, libertad de religión, etc.”.
El representante de los Estados Unidos, Herschel Johnson, le respondió al representante de Líbano: “Esta no es una propuesta de compromiso, sino un retorno a la propuesta de la ONU del comité de la ONU, que ya ha sido rechazada”. El representante de la Unión Soviética, Andrei Gromyko, dijo: “Discutido y rechazado. La propuesta de partición debe votarse de inmediato”.
Con el apoyo de representantes de los Estados Unidos y la Unión Soviética, el Secretario General Aranhia rechazó las maniobras dilatorias de los árabes, y la asamblea fue a la votación.
A las 17:00, hora de Nueva York (medianoche, hora de Palestina), comenzó la fatídica votación. La mayoría de las posiciones de las delegaciones eran conocidas, pero no ciertas. Hubo algunas sorpresas, para bien o para mal. Francia, por fin, votó a favor, y hubo aplausos atronadores desde la galería. Chile, cuya voz se consideraba segura, se abstuvo.
El voto chileno condujo a un incidente diplomático entre los Estados Unidos y Arabia Saudita. Los representantes del estado árabe acusaron a los estadounidenses de presionar a los sudamericanos para que votasen por el plan de partición. “El presidente de Chile, Gabriel Vidala, y algunos de sus ministros del gabinete son pro-sionistas, por eso mismo Chile apoyo el plan de partición en anteriores votaciones. Pero los ciudadanos árabes de Chile presionaron, y el gobierno le ordenó a la delegación chilena que se abstuviese. También la solicitud de Egipto para que Chile apoyara la posición árabe fue rechazada”.
La sorpresa de Chile creó cierta ansiedad en la delegación de la Agencia Judía. “La tensión se convirtió en un dolor casi físico”, escribió un miembro de la delegación sionista, David Horowitz. “33 a favor, 13 en contra, 10 se abstuvieron, declaró finalmente el presidente, y dentro de nosotros fluyó algo extraordinario, que solo una vez en la vida experimenta una persona. Sobre nuestras cabezas escuchamos las alas de la historia. Los representantes de los estados árabes estaban en la tribuna, expresando sus amenazas, amenazas de sangre y batallas. Había un olor a pólvora en el pasillo, pero nadie quería pensar en el mañana. Los manantiales de alegría brotaban. Los miembros de la delegación sionista se reunieron en el gran salón y en el pasillo, amigos, periodistas y muchos celebrantes. La Nueva York judía se regocijó en la fiesta más importante jamás vivida”.
Los 13 países que se opusieron fueron Cuba, Egipto, Grecia, India, Irak, Líbano, Pakistán, Arabia Saudita, Siria, Turquía, Yemen, Afganistán e Irán. Las 10 abstenciones fueron Argentina, Chile, China, Colombia, El Salvador, Etiopía, Honduras, México, Gran Bretaña y Yugoslavia. Tailandia, como recordamos, estuvo ausente de la discusión. Todos los países vecinos votaron en contra, presagiando las enormes dificultades que el estado sionista esperaba.
Y mientras tanto en el Medio Oriente
David Ben-Gurión, que descansaba en el hotel “Kalya” en el Mar Muerto, se fue a la cama temprano, como solía hacer en horas cruciales. Cuando se tomó la decisión, lo despertaron y le anunciaron la noticia. Vio a unos borrachos felices bailando en las costas del Mar Muerto. “Esa noche, las multitudes estaban bailando en las calles”, dijo después. “No podía bailar, sabía que estábamos enfrentando una guerra y que perderíamos lo mejor de nuestra juventud”.
Reuvén Shiloaj, un miembro del Departamento de Política y servicios especiales de la Agencia, escuchaba la radio oyendo la votación desde el edificio de la Agencia Judía en Jerusalén. Cuando la suerte estaba echada, y Jerusalén se convirtió en una fiesta, recordó que Ben-Gurión estaba en Kalya, lejos de las ciudades judías. Temía que un asesino árabe entrara en su habitación por lo que decidió llevarlo inmediatamente a Jerusalén. Sin el liderazgo de Ben-Gurión, era dudoso que hubiese sido posible ganar la guerra.
Shiloaj y un conductor viajaron a la una de la mañana hasta Kalya, portando solamente una pistola, con el fin de hacer regresar al “anciano” y a su esposa a Jerusalén. “Durante el tiempo que separaba el viaje al Mar Muerto y el regreso a Jerusalén ya se habían producido cambios evidentes en las carreteras. En la ruta a Jericó aparecieron bandas de árabes armados. Los árabes miraban con rabia el auto judío que volaba. Ben-Gurión estaba en calma y centrado. Durante el viaje hablaba poco, pero en sus comentarios fragmentadas nos hacía advertencias sobre hacernos ilusiones y sobre todo, a partir de la suposición que el Estado Judío, ya se había logrado”.

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