¿En que se diferenciaría Herzog de Bibi?
Por: Jonathan S. Tobin
Falta poco menos de un mes para las elecciones al Parlamento israelí. Y hay pocas dudas de que la Casa Blanca espera que los votantes israelíes rechacen la candidatura del primer ministro Netanyahu a su tercer mandato consecutivo, y reza por ello. Obama está valiéndose del plan delpremier israelí de hablar ante el Congreso sobre las sanciones contra Irán pocas semanas antes de la votación; el primer ministro alega sudeber de informar al mundo acerca de la equivocada política seguida por la Administración estadounidense. Con todo ello, las tensiones entre ambos Gobiernos están al rojo vivo. Si bien el impacto que tendría el discurso de Netanyahu en los votantes israelíes es pura especulación, éste sigue llevando ventaja de cara a la victoria. Pero ¿qué es lo que cambiaría realmente si Obama ve cumplidos sus deseos y es el laborista Isaac Herzog quien, tras un previsiblemente prolongado periodo de negociaciones, emerge como próximo primer ministro israelí? La respuesta es que, aunque sin duda la atmósfera entre Washington y Jerusalén mejoraría mucho, las discusiones entre ambos Gobiernos no cambiarían demasiado en lo sustancial. Y, pese a lo que suponen los numerosos críticos de Netanyahu, con Herzog Israel tampoco estaría más cerca de la paz de lo que lo está con el actual mandatario.
De hacer caso a Herzog y a su nueva compañera, Tzipi Livni, que fusionó su difunto partido, Hatnua, con los laboristas para formar lo que denominan la Unión Sionista, las diferencias serían significativas. Herzog ha mencionado su compromiso con el proceso de paz. Es probable que promoviera que se reanudaran las conversaciones patrocinadas por el secretario de Estado John Kerry, que se vinieron abajo el año pasado después de que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, firmara un pacto de unidad con Hamás.
Pero los términos que está dispuesto a ofrecerle al país ¿serían distintos de los que los palestinos ya han rechazado en otras ocasiones?
Herzog ha estado vacilando respecto a la cuestión de una Jerusalén dividida. Pese a que ahora dice que desea que la ciudad siga unida, en el pasado respaldó los planes de la Iniciativa de Ginebra para dividirla. Toda su palabrería contrasta enormemente con el rotundo rechazo de Netanyahu a la partición de la capital israelí. Pero, en la práctica, puede que Herzog siguiera viéndose atrapado en disputas con la Administración Obama acerca de Jerusalén. Ello se debe a que Obama considera que los barrios judíos de cuarenta años de antigüedad, construidos en partes de la ciudad que fueron ocupadas ilegalmente por Jordania entre 1949 y 1967, no se diferencian mucho de la mayoría de campamentos en las colinas de la Margen Occidental donde están viviendo judíos. Para la Administración estadounidense, ambos son asentamientos y obstáculos para la paz. Cualquier Gobierno Herzog-Livni sería una coalición con partidos de centro, entre ellos relativos partidarios de la línea dura, como Avigdor Lieberman, y no aliados situados a la izquierda del laborismo ni partidos árabes. No es concebible que un Gobierno así accediera, como es seguro que exigiría el presidente, a paralizar las construcciones en Jerusalén.
Herzog también está profundamente comprometido con una solución de dos Estados, algo que a Obama le suena a gloria, y que sería el cebo con el que Kerry trataría de atraer a Abás de vuelta a la mesa de negociaciones en el caso de que ganaran los laboristas. Pero aquí, de nuevo, la dura realidad se interpondría en las fantasías del presidente estadounidense de que un cambio de primer ministro sería una garantía de paz.
Abás ya ha rechazado un acuerdo de división en dos Estados en el que se contemplaba un Estado palestino en Gaza y en casi toda la Margen Occidental además de compartir Jerusalén; se lo ofreció Ehud Olmert en 2008. Rechazó incluso negociar seriamente con Netanyahu, aunque el premier acepto la idea de los dos Estados en 2009. Livni lo sabe, porque ella ha sido la negociadora principal de Netanyahu con los palestinos durante los últimos dos años, y se ha quejado públicamente de que Abás no mostraba interés alguno en llegar a un acuerdo.
¿Acaso va a dejar de ser así simplemente porque Netanyahu no esté al mando? Teóricamente, es posible, pero dado que la dinámica de la política palestina sigue como siempre, es difícil ver cómo van a poder cambiar las cosas. Con Gaza aún en manos de Hamás, y con Abás temiendo unas elecciones en la Margen Occidental en las que pueda salir derrotado (está en el décimo de sus cuatro años de mandato), resulta muy improbable. Tras años evitando verse en la tesitura de cometer un suicidio político firmando la paz, el raisno tiene incentivo alguno para cambiar ahora. Mientras él y su pueblo no estén dispuestos a reconocer la legitimidad de un Estado judío independientemente de dónde se sitúen sus fronteras, no importará que sea el Likud, el Partido Laborista o cualquier otro partido sionista el que gobierne en Israel: el resultado será el mismo.
También cabría esperar un cambio en el tono de las discusiones sobre Irán si Bibi no gana. Pero Obama se equivocaría al creer que Herzog iba a estar más feliz que Netanyahu con un acuerdo que permitiera al régimen islamista alcanzar el umbral nuclear. Pese a todas las críticas que ha recibido el actual primer ministro por parte de muchos responsables de las fuerzas de seguridad, siempre ha habido un consenso entre las principales figuras israelíes en lo seria que es la amenaza nuclear iraní. Herzog, con sus suaves modales, puede que exprese su desacuerdo con Obama de forma más mesurada, pero la brecha entre ambos países respecto lo deseable de un acuerdo con Irán no va a desaparecer con un Gobierno dirigido por los laboristas. Eso mismo se puede aplicar a las iniciativas iraníes en Siria, Yemen, el Líbano e incluso Gaza.
Quienes ansían una derrota de Netanyahu no deberían hacerse muchas ilusiones. Las últimas encuestas muestran que el Likud sigue superando a los laboristas. Además, aunque el Partido Laborista llegara a empatar con el del actual premier, o a superarlo por poco, a Herzog no le iba a resultar fácil formar un nuevo Gobierno. Aunque podría llegar a lograr una mayoría de 61 escaños, sería una muy precaria, que implicaría descartar a sus aliados del Meretz y a los partidos árabes y llegar a acuerdos con partidos de centro, los cuales son socios más naturales del Likud. Para que eso pudiera llegar a considerarse posible, el partido de Herzog, que acaba de despedir a su director de campaña (algo que siempre es mala señal estando tan cerca las elecciones), tendría que derrotar holgadamente al Likud de Netanyahu, algo que en estos momentos no parece especialmente probable.
Pero incluso si, de algún modo, logra ganar, el cambio será de personalidades, no en lo sustancial del proceso de paz. Mientras los árabes sigan ejerciendo el veto al respecto, realmente no importara quién sea primer ministro de Israel. Ni Netanyahu ni Herzog firmaran la paz con los palestinos, y no hay nada que Obama pueda hacer al respecto.
Fuente: Commentary
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