lunes, 26 de diciembre de 2016

La Solución de dos Estados para dos pueblos: ¿cosa del pasado? 

26 diciembre, 2016


Elías Farache S.
La solución de dos estados para dos pueblos, que garantice un estado judío y un estado árabe palestino, es la más lógica de las aproximaciones para resolver una disputa territorial, circunstancial y hasta histórica, entre israelíes y palestinos.  Supone serias concesiones de ambas partes, sacrificios ideológicos y rupturas con posiciones maximalistas.
Resolvería  de manera pragmática un conflicto complicado, difícil de explicar a terceros.  Que esconde agendas ocultas, y que supondría vivir y dejar vivir.  Que garantizaría seguridad para todos y, además, desarmar una fuente permanente de situaciones incómodas, agresiones, retaliaciones e inestabilidad crónica.  Requiere de la aceptación de las partes, de ver de ahora en adelante el futuro y, en buena medida, olvidar las agresiones del pasado.
Es una solución lógica.  Esa virtud, esa característica, la de ser lógica es su principal defecto.  La lógica no aplica en el Medio Oriente.
La solución de dos estados para dos pueblos, ha tenido varios intentos de implementación fallidos.  Los acuerdos de Oslo, su aproximación casi exitosa, fracasó y terminó en atentados terroristas, acciones de represalia, dos enclaves palestinos enfrentados y una especie de congelamiento de las negociaciones entre las partes.
Si a los hechos nos remitimos, sin buscar culpables ni responsables, sencillamente el esquema no ha funcionado.  Simple y desalentador.
Los Estados Unidos, los europeos, Rusia, buena parte del espectro político israelí, han apoyado firmemente la solución de dos estados para dos pueblos.  Incluso sectores importantes de la llamada derecha israelí, aún sin ganas ni entusiasmo, han aceptado en distintos momentos esta iniciativa.  Nada.  No se ha logrado ello.
Hay una razón muy simple: los representantes del pueblo palestino no reconocen el derecho de los judíos a un estado judío.  Y una vez establecido y consolidado el estado judío, no aceptan tampoco su legitimidad.  Unos con más vehemencia, otros con un cariz algo más diplomático.
La elección de Donald Trump como presidente supone la entrada de un nuevo actor en este panorama.   Al seleccionar como embajador a David Friedman, un judío americano quien no cree en la solución de dos estados, y al levantar públicamente la bandera de mudar la embajada americana de Tel Aviv a Jerusalén, se encienden las alarmas de quienes aún confían en la posibilidad de dos estados para dos pueblos.
Las alarmas se encienden porque quienes están convencidos que la solución de dos estados es la mejor, temen enfurecer a los sectores árabes que deberían apoyar esta iniciativa.  Una especie de apaciguamiento permanente y preventivo.  Aún cuando la contraparte árabe no ha hecho lo suficiente, ni lo mínimo, para impulsar la solución, hay quienes albergan esperanzas y hay quienes consideran que el estancamiento de las conversaciones se pueda deber a las intransigencias del gobierno israelí, a la política de asentamientos, a la concepción “derechista” del gobierno de turno.
Los hechos y la historia demuestran que ello no es así.  Israel se ha visto sometida a sendas oleadas de ataques terroristas.  A campañas bien financiadas de desprestigio, como el BDS.  Los palestinos cuentan con dos enclaves: el de Cisjordania, que tolera de hecho la existencia de Israel pero se niega a reconocerlo como estado judío; y el de Gaza que sigue en sus principios de no reconocimiento, no paz y no negociaciones.
Cuando una nueva administración llega a los Estados Unidos, esta vez con serias diferencias respecto a la anterior, seguramente revisa los resultados y las características de las partes.  Los resultados no son alentadores, y las partes son diferentes.  Una de ellas, la israelí, ciertamente comparte ciertos valores fundamentales: democracia, estado de derecho, libertades de prensa, apego a las normas de civilización occidental, condena y lucha contra el terrorismo.  En principio, la balanza se inclina por quienes parecen tener más la razón.
El jueves 22 de Diciembre de 2016, estaba prevista una resolución condenatoria de Israel en la ONU.  Era la primera vez que probablemente, Estados Unidos no vetaría una de las tantas resoluciones en contra de Israel en la ONU.  La administración Obama parecía jugar la carta de la venganza contra Netanyahu por sus atrevimientos.  Se preveía un discurso de John Kerry para explicar la postura americana.  La moción ante la ONU fue introducida por Egipto, y tras serias presiones de Israel, la misma fue pospuesta (no retirada).  Un tweet del Presidente Trump llamaba al Presidente Obama a vetar dicha moción.  El drama continuó y el viernes 23 de Diciembre de 2016, una resolución condenatoria de Israel fue aprobada con la histórica abstención de los Estados Unidos, con nuevos tweets de Donald Trump en apoyo a Israel.
Quienes apelan a la lógica, temen que Israel presione demasiado, o que Trump se identifique demasiado con la causa de Israel y su gobierno de turno.  La mudanza de la embajada, la designación de Friedman como embajador, la revisión del acuerdo nuclear con Irán, el veto ante resoluciones condenatorias a Israel en la ONU….  Aún cuando las estadísticas demuestran lo contrario,  apaciguar, complacer, ceder y ser comprensivo,  es la postura de quienes apelan a cierta lógica.
Precisamente, lo que cuesta entender es que no ha sido la lógica lo que prevalece en el Medio Oriente.  Y por ello esta ilógica situación.  Así como también resulta algo ilógico,  que sean algunos judíos y algunos sectores israelíes quienes traten de moderar a la administración Trump… en su eventual apoyo a Israel.
Cuando la lógica no aplica….
http://aurora-israel.co.il/la-solucion-de-dos-estados-para-dos-pueblos-cosa-del-pasado/

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