Pandemia, paranoia, información y libertad
Por Milton Cohen-Henríquez Sasso
“El hecho de que usted sea paranoico, no implica que no lo estén persiguiendo.” (Joseph Heller)
El virus es un conjunto de instrucciones genéticas -sean de ADN o de ARN- que, algunas veces, están envueltas en un cápside de proteína y en otros -además del cápside proteico- de una membrana adicional de grasa. Los virus no están vivos, por lo que, para reproducirse, necesitan incorporarse a una célula para usar sus estructuras reproductivas. El virus es básicamente información o data que es inocua si no es absorbida por un ser vivo. Las fake news son pues: virus.
Los magos y carteristas basan su arte en la distracción. Aprovechan la capacidad de concentración de la mente en aquella sensación más intensa, por lo que ésta se desconecta de los demás sentidos o focos de atención. Así por ejemplo, los magos hacen un movimiento distractor con una mano, mientras la otra hace el truco. Igualmente los carteristas usan distintas técnicas para distraer a la víctima; tal vez se tropiecen de manera accidental y golpeen el hombro de la víctima, mientras su mano le saca la cartera. La víctima siente el fuerte empellón pero no el sutil roce de la mano.
Al mismo tiempo que estamos viviendo una pandemia que -en adición a su faceta trágica- ha hecho surgir las mejores expresiones de la naturaleza humana, como son la solidaridad, la empatía, la abnegación y la creatividad, se está dando en medio de ésta, una nueva guerra por el control hegemónico y dentro de estas dos guerras, una transformación profunda y duradera de nuestra forma de vida y de las estructuras que nos gobiernan.
Si dejamos de lado las tesis conspiranóicas -o no- sobre el origen del virus y lo que se hizo o se dejó de hacer en cuanto a su propagación; en este momento hay una guerra discursiva sobre cuál es el mejor modelo para combatir y controlar esta pandemia y sobre cuál será el mejor modelo para vivir en la nueva normalidad. Si notamos los discursos de muchos jefes de gobierno en el mundo, son frecuentes las referencias al estado de guerra y a la economía de guerra, cuando se desea explicar las decisiones y medidas a tomar en estas circunstancias y en el futuro cercano. Es pues claro que estamos en guerra: guerra contra el COVID19, pero también en una guerra hegemónica.
“Cuando llega la guerra, la primera víctima es la verdad.” (Hiram Johnson)
El problema de la guerra de la narrativa por la hegemonía, se agrava enormemente en la Era de la Información, ya que, la capacidad de reproducción del virus de las medias verdades y de las completas mentiras, adquiere características pandémicas. Por muchos siglos se fue avanzando en poner reglas a esa horrible tendencia humana al conflicto bélico; una de las grandes conquistas en el proceso de humanizar -en su acepción noble- la guerra, fue la proscripción de hacerla en contra de objetivos civiles, luego se agregó la obligación del victorioso de proteger y tutelar dichas poblaciones y -más recientemente- se avanzó en la proscripción del uso de armas biológicas. Todo esto buscaba circunscribir el combate a aquellos preparados y dedicados a hacer la guerra y librar de dichos eventos a la población no combatiente. Con estas alusiones no estoy infiriendo que el COVID19 sea un arma biológica en el contexto de la actual pandemia, sino que deseo dejar sentado que, la guerra de las narrativas, puede incidir en el manejo de la pandemia, al punto de tener las mismas consecuencias de que lo haya sido.
Como es propio de la nueva era que está surgiendo, en esta guerra al Coronavirus y en la guerra de las narrativas, también se da el fenómeno de la convergencia y se borran las fronteras entre combatientes y no combatientes, al igual que se difuminan entre la lucha contra el virus y la lucha contra el adversario geopolítico. Se borran dichas fronteras, porque todos podemos ser objeto de contagio viral -con o sin desenlace fatal- todos podemos ser víctimas de engaño -consciente o inconscientemente- y todos podemos ser combatientes de uno u otro lado; después de todo, ya tenemos -literalmente- el arma en la mano: sea el COVID19 o el smartphone.
Es muy difícil enfrentar a un enemigo en la oscuridad, por eso los piratas usaban un parche en un ojo. La mayor parte de la gente piensa que los piratas perdían ojos y manos en batalla y por eso usaban parche y garfio. Aunque habrá habido algunos que perdieran ojos o manos en combate -o mal utilizando el garfio cuando les picaba un ojo- la realidad es que, tanto el parche como el garfio, eran instrumentos de combate en los abordajes. El garfio -además de proteger la mano con su copa- se usaba, asido por la mano que no llevaba la espada, para acercar cuerdas, para asir barandas y también para herir y ensartar contra la espada a combatientes enemigos; el parche se colocaba sobre un ojo mientras se luchaba en cubierta – normalmente a pleno sol- y se levantaba o se cambiaba de ojo -buen momento para un accidente con el garfio- cuando se entraba en la bodega. Como la bodega estaba oscura, entrar desde la cubierta soleada con las pupilas contraídas, generaba una ceguera temporal, mientras que, traer el ojo cubierto y descubrirlo dentro de la bodega, les permitía ver inmediatamente -ya que su pupila estaba dilatada- y así no peleaban a ciegas.
Los engaños más atroces se hacen a plena luz. Por eso debemos ser conscientes de las -por lo menos- dos guerras y otras tantas escaramuzas, que se están peleando hoy en día. Guerras en las que debemos usar barbijos y guantes, así como parches y garfios virtuales, para evitar el contagio de los distintos virus y para no estar a ciegas e indefensos. Queda claro que ambas son guerras de información y que las podremos ganar o no, de acuerdo a la calidad de la información que guíe nuestras decisiones.
Según el Dr. John P. Ioannidis, epidemiólogo de Stanford University, la data que dan los países a la OMS “es un completo fiasco en cuanto a la confianza que podemos depositar en ella”. En la mayor parte de los casos, los contagiados están subestimados y las víctimas fatales están o sobreestimadas o subestimadas: sobreestimadas, cuando adscriben al COVID19 la muerte de una persona infectada pero que ya estaba en etapa terminal por una enfermedad anterior, o subestimadas, cuando los gobiernos falsean la información con fines propagandísticos.
Debido a la falta de preparación de los países para enfrentar la epidemia -que se veía devenir a pandemia- no se adquirieron suficientes pruebas diagnósticas para medir a todos los posibles contagiados, o se aplicaron mediante criterios arbitrarios y no científicos, o las pruebas venían defectuosas o una combinación de varias. El asunto es que, la información de cuántas personas están contagiadas, cuándo fue el primer contagio y en qué parte del país, así como saber de dónde vino el o los contagiosos, es de dudosa confiabilidad, lo cual nos hizo entrar en la bóveda del Coronavirus con los ojos muy abiertos por miedo, pero prácticamente a ciegas.
Ya en 1668, Thomas Hobbes dijo en Leviatán: “ Conocimiento es poder”, hoy podríamos actualizar la frase a “Información es poder” ya que en la llamada Era de la Información, el bien o activo más valioso es la información. Así como la información es el activo más valioso, también es el arma y el escudo más poderoso. Hoy nos enfrentamos a un ubicuo código genético -que no es más que un tramo de información- y la forma más eficaz de combatirlo es con buena data o información de buena calidad. Si revisamos la conducta o el manejo de los distintos países, veremos manejos acertados y manejos desacertados, manejos que pueden acabar con la pandemia, pero también manejos que pueden acabar con nuestras libertades; el problema más grave en esto es que, el fin de la pandemia, puede ser algo de corta vida y el fin de nuestras libertades, puede ser algo para el resto de la vida.
Como ya todos tenemos instalada la idea de que estamos en guerra, aceptamos medidas restrictivas de nuestra libertad e invasivas a nuestro derecho a la intimidad, que no hubiéramos aceptado -al menos en el mundo democrático- en otro momento y circunstancia. El sentido común indica que, en tiempos de guerra estos derechos individuales se sacrifican temporalmente para tutelar un bien mayor. Esto no es algo nuevo en los modelos democráticos. Ya en la antigua Grecia, en momentos de guerra o de conmoción social, la Democracia se suspendía y se instauraba a un Tyrannos que gobernaba concentrando todo o casi todo el poder, con la finalidad de lograr el objetivo de retorno a la normalidad; en el caso de la república romana se tenía el mismo recurso en la figura del Dictador. En la mayor parte de los casos, estos Tyrannos o Dictadores tenían poderes concentrados pero no absolutos y había un límite de tiempo para ejercerlos, así como entes colegiados que le supervisaban o controlaban. Por supuesto que hubo Tyrannos y Dictadores que buscaron perpetuarse en el poder -que los romanos llamaban imperium– y en este último caso, de dictadores temporales pasaron a emperadores vitalicios; allí murió la República y nació el Imperio Romano.
Si analizamos la respuesta a la pandemia del COVID19, podemos hacer dos grandes divisiones y luego otras dos subdivisiones: la de los Estados Democráticos y la de los Estados Autoritarios, que a su vez se subdividen en los que la han manejado con cierto nivel de éxito y los que lo han hecho de forma perniciosa o fracasada. En todos los casos hay varios factores o elementos determinantes para el resultado: información, tiempo, libertad y solidaridad; todo esto enmarcado en una cultura.
Entre los grandes protagonistas del primer grupo están Italia, España, Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, México, Corea del Sur, Taiwán, Japón, Israel, Alemania, Panamá, Costa Rica y Suecia, entre otros; y en el segundo grupo están China, Irán, Rusia, Turquía, Cuba, Nicaragua, Venezuela, entre otros. Si analizamos la data de cada país, notamos que hay, tanto en un grupo como en el otro, países con datos que indican que tienen bajo control la pandemia y que pronto podrán iniciar la normalización. El problema es que en unos existe libertad de expresión y un robusto Estado de Derecho y en otros no. La libertad de expresión es tal vez la más importante de las libertades, ya que, sin ella, no se pueden defender las otras.
Como comprendemos que, además de la guerra al COVID19, estamos en una guerra de narrativas dentro de un conflicto hegemónico, así como en procesos internos de concentración de poder, es saludable confiar en las cifras de los países en donde existe la libertad de expresión y poner en duda la de los países que no disfrutan de ella.
Para no caer en la lista de los países que han manejado mal la pandemia, quisiera concentrarme en un puñado de países que, al menos hasta ahora, parecen haberlo hecho bien. Siempre es mejor estudiar el éxito y emularlo, que describir el fracaso y lamentarlo.
Taiwan, Singapur, Israel, Corea del Sur, Japón y Suecia parecen haber atajado la pandemia a tiempo y con menos proporción de víctimas fatales. En los cuatro primeros casos, se usó un potente y efectivo sistema de información y de procesamiento de datos de forma inteligente, no solo circunscrito a aplicación masiva y a la vez enfocada de pruebas de laboratorio, sino también a tecnología informática muy sofisticada -incluso la utilizada para el seguimiento y combate al terrorismo- que se adaptó a esta nueva amenaza a la seguridad de dichos países. También se implantaron, rápidamente, medidas sanitarias estrictas. Es importante recalcar que, en todos ellos, hay libertad de expresión y de acceso a la información, que el uso de tecnologías especiales para el combate al terrorismo aplicadas en contra del COVID19, se hizo luego de procedimientos de autorización y de instalar mecanismos de supervisión que garanticen que dicha información se recaba de forma temporal y solo para uso de esta circunstancia. Todo esto ha permitido la detección, recogimiento y atención temprana de los infectados, tanto para evitar contagios como para atajar a tiempo la evolución individual de la enfermedad.
En estos países también se ha recurrido a las políticas necesarias para que las medidas de recogimiento no destruyan el tejido económico, que les permita un funcionamiento efectivo -conforme las circunstancias lo indiquen- y que haga más expedita la recuperación de su economía. En el caso de Japón y -sobre todo- Suecia, las medidas restrictivas impuestas por el Estado han sido pocas, ya que la cultura de estas sociedades, o ya tenía instaladas las normas de higiene, de distancia personal y de reducción de contacto físico, o su sentido de solidaridad es tan alto, que las personas que sospechan haber estado en contacto con el virus, se recogen voluntariamente.
Hasta ahora hemos visto que, en países con un Estado de Derecho robusto, que han establecido políticas con mejor y mayor información ejecutadas en el menor tiempo, junto con conductas sociales de mayor solidaridad en momentos menor libertad -pero siempre tutelando la libertad de expresión- se han logrado los mejores resultados.
Y sin embargo parece que los responsables de la pandemia y los países menos exitosos en cuanto al manejo de la misma, pretenden ganar la narrativa sobre el modelo para combatirla y el sistema dentro del cual vivir en el futuro.
A esto se suman dirigentes carteristas y hasta piratas, que -aprovechando que estamos distraídos- nos quieren robar, no solo la cartera, sino la carta fundamental de nuestras libertades.
En estos momentos hay que estar vigilantes -y hasta un poco paranoicos- porque, el hecho de que, para salvar la vida, aceptemos perder libertad, no implica que estemos dispuestos a perder el derecho a la vida en libertad.
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