viernes, 15 de agosto de 2014

El príncipe judío

 de Persia




El descendiente del Shah de Irán cuenta su historia desde Jerusalem.

Moshé (no es su nombre real, pero lo llamaremos así en caso de que la gente equivocada lea esto) se ve como cualquier otro hombre religioso en Jerusalem – pelo y barba oscuros, anteojos sin marco, leyendo cuidadosamente un tomo del Talmud en una Ieshivá. Nadie sospecharía que es el tátara nieto de un Shah (monarca) de Irán.
La vida de Moshé ha tenido más cambios dramáticos que una película de Disney. No es un descendiente de la dinastía Pahlavi, la cual fue depuesta por la Revolución Islámica después de dos generaciones, sino que de la dinastía Qajar, la cual gobernó Persia por diez generaciones. Moshé recuerda las visitas a su bisabuela, la hija de Mohamed Ali Shah Qajar, quien era llamada "pequeña princesa" hasta la edad de 99 años, la cual acostumbraba a agasajarlo con historias sobre su infancia en el palacio a la sombra del trono real. También recuerda acompañar a su tío abuelo a un cuarto de expatriados persas en Europa; todos se reverenciaban ante él y le llamaban "shazdejeun", nieto del rey.

Fue la primera de tres veces en su vida en que Mina perdió todo en una noche.
La abuela de Moshé estaba casada con un aristócrata cuyo feudo estaba lejos de Teherán. "En los ojos de las grandes familias aristocráticas, no es bien visto trabajar", explica Moshé. “Mi abuelo no trabajó en toda su vida, sino que se dedicaba a apostar y a consumir opio". En una fatídica noche, cuando Mina, la madre de Moshé, tenía nueve años, su padre apostó y perdió todo lo que tenía – su palacio, sus propiedades y su establo de caballos árabes, por lo que la familia terminó siendo expulsada de su hogar con sólo un poco de comida.
Fue la primera de tres veces en su vida en que Mina perdió todo lo que tenía en una sola noche.
La familia se retiró a Teherán y recibió un departamento dentro del suntuoso hogar de la Pequeña Princesa, la abuela de Mina. La familia había perdido su riqueza, pero no su prestigio. "La gente en Persia es muy orgullosa de su origen", comenta Moshé. "La gente respetaba a mi madre porque tenía sangre azul. Incluso si has perdido todo tu dinero, sigues siendo respetado. Los persas son muy orgullosos, y si eres de la aristocracia, más aún".
Pero a la edad de 17, Mina arriesgó perder hasta su estatus. Se enamoró de Charles, un cristiano europeo que vivía en Teherán. Cuando le reveló a su madre que quería casarse con este hombre, que no era ni persa ni musulmán, su madre amenazó con desheredarla. Pero Mina no dio pie atrás. Luego de una iracunda discusión, la puerta detrás de Mina se cerró, y ella quedó en la calle sólo con una maleta.
Siendo demasiado casta como para atreverse a ir al departamento de Charles, Mina prefirió buscar refugio donde una amiga. Ésta la llevó a una casa llena de mujeres, donde le dio un cuarto. Un momento después, un hombre francés entró al cuarto. Resultó ser que aquel lugar era un burdel. Mina escapó y se fue con Charles.
Charles, de 22 años, trabajaba como científico y era un hombre elocuente y carismático. Este fue donde la madre de Mina, y eventualmente la convenció de aceptar el matrimonio. Aunque Mina creía firmemente en Dios, era una musulmana displicente al igual que la mayoría de la aristocracia persa. Finalmente se convirtió al cristianismo y tuvieron tres bodas: civil, cristiana y musulmana.

La niñez y la revolución
La pareja se quedo a vivir en Teherán, donde Charles inició una compañía basada en sus descubrimientos científicos. En 1971 nació su segundo hijo, Henry (que luego se convertiría en Moshé). Extrañamente, su abuela insistió en que fuese circuncidado en el octavo día, aunque también fue bautizado cuando era bebé. No recibió un nombre persa, y su padre no le permitió aprender a leer o escribir en persa. Charles quería que su hijo sintiera que el mundo era su hogar, pero su destino fue crecer sin hogar.
La empresa de Charles era exitosa, y Henry fue criado lleno de lujos: su propio caballo, viajes a esquiar todos los fines de semana, vacaciones en las principales capitales europeas y una escuela occidental a la que asistía la clase alta. Recuerda los barrios del norte de Teherán como "un paraíso para los niños. La gente era extremadamente buena y amigable, teníamos una familia grande y yo podía ver televisión por cable".
Su idílica niñez terminó abruptamente con la Revolución Islámica de 1979. "La gente se estaba matando en la calle".
Su idílica niñez terminó abruptamente con la Revolución Islámica de 1979. "La gente se estaba matando en la calle", recuerda Moshé. "Yo acostumbraba ir a la escuela en un autobús escolar. Un día, uno de los autobuses escolares fue destruido con un misil. Todos los niños del autobús murieron. Dos días después, mi hermano y yo habíamos sido enviados a Europa".
Llegaron a su nueva escuela, ubicada en un pequeño pueblo Europeo, en un Rolls Royce con chofer. Ninguno de los locales había visto una cosa así en la vida, por lo que creyeron que los niños eran de la familia del Shah que estaba huyendo.
Durante la primera fase de la Revolución, los iraníes de todas las ideologías políticas y religiosas se unieron en su deseo de libertad y de redimirse del Shah. Si Mina hubiese sido una Pahlavi, hubiese sido ejecutada. En cambio, era de la reverenciada dinastía Qajar. Al igual que muchos aristócratas, hizo una amistosa alianza con el nuevo gobierno. Un año después, trajo a sus hijos de vuelta a Irán.
Para la familia de Henry, el caos nacional se vio agravado por una tragedia personal. Un grupo de personas de occidente había estado tratando de comprar la innovadora tecnología de Charles para sus intereses personales, pero este se había negado en reiteradas ocasiones. Finalmente, dos hombres fueron a Teherán e implementaron durante algunos meses un cuidadoso esquema para ganar la confianza de Charles. Una noche, lo embriagaron con licor y lo hicieron firmar la renuncia a su empresa. De la noche a la mañana, la familia perdió todo. Charles, en quiebra, se fue a Europa, donde trató de comenzar de nuevo, pero pocos meses después, se le notificó a su familia que este había sido encontrado sin vida, aparentemente por un ataque al corazón.
La protegida del Ayatola
Pese a estar ahora sola, Mina era una mujer intrépida. Se acercó a una compañía que había estado asociada a su marido y pidió trabajar para ellos. Le ofrecieron una posición de poca jerarquía, como agente de ventas. Así, convirtió una habitación de su pequeño departamento en una oficina, y comenzó desde cero. Sin embargo, sus esfuerzos fueron socavados por la gran corrupción que había en el gobierno.
"En cualquier momento que tenga un problema, tan solo llame a la oficina del Ayatola Khomeini y él se encargará".
Mina fue directamente donde el Ayatola Khomeini. Henry recuerda que en su infancia, los sirvientes de su casa hablaban constantemente que el Mesías estaba viniendo. Cuando el Ayatola Khomeini volvió a Persia al comienzo de la Revolución, casi toda la población consideró que éste había llegado. Mina, sagaz e incrédula, era una excepción. Pero cuando habló directamente con él para quejarse de la corrupción del gobierno, quedó sumamente fascinada con él. Khoneini no miraba directamente hacia la cara de una mujer, pese a lo que para el final de la reunión, Mina se había convertido en su fiel protegida. Al llegar a su casa recibió un llamado diciendo: "En cualquier momento que tenga un problema, tan sólo llame a la oficina del Ayatola Khomeini y él se encargará".
Durante el resto de la vida de Khomeini, incluso durante los días más violentos del régimen, Mina disfrutó de su protección personal. "El gobierno le temía a mi madre", afirma Moshé. Varios años después, Mina se había convertido en una empresaria extremadamente exitosa.
Mientras tanto, la Revolución había entrado en una fase de represión. Los fanáticos religiosos comenzaron a matar a la gente de las otras facciones. Moshé recuerda haber estado mirando la película “Z” en la casa del Primer Ministro de Justicia después de la Revolución. Dos años después, aquel Ministro había sido asesinado por los radicales islámicos.
"Teherán se convirtió en el Chicago de los años 20", recuerda Moshé. "Gente con ametralladoras en mano asesinaba a otra gente en la calle. Cerraron la escuela occidental a la que mi hermano y yo asistíamos".
Mina quería que sus hijos fuesen personas educadas y que tuviesen conocimientos globales. Por esto, decidió que no tenían futuro en el nuevo Irán. Un año después de llevarlos de vuelta, los volvió a enviar a Europa, esta vez para siempre. Henry tenía nueve años cuando le dijo el adiós final al único hogar que conoció hasta que creó el suyo propio en Jerusalem.
Los niños fueron enviados a un internado cristiano. Estaban completamente solos en un país extraño. No tenían contactos con los parientes de su padre, quienes no habían ido al funeral de este; Mina había cortado todos los lazos con ellos. Mina los visitaba dos o tres veces al año, llevándolos de vacaciones a los Estados Unidos, Vancouver, Hawái, España, etc., pero incluso estando de vacaciones, la atención de ella estaba en los negocios.
Para la escuela secundaria, fueron a la Escuela Internacional de Valbonne, ubicada en la Riviera francesa. Conocida como "la escuela de los genios", era la academia elegida para los hijos de los mandatarios de todos los continentes.
Durante sus años de adolescencia, Henry se comprometió en una búsqueda para encontrar la verdad absoluta. Leyó abundantemente literatura y filosofía. Incursionó en el Espiritualismo, en el Epicureismo, en el arte y en el teatro. Experimentó con la meditación Zen; después de unos pocos meses logró "una especie de nirvana". Con el pelo hasta los hombros y vestido completamente de negro, solía caminar descalzo por el campus de Valbonne.
Su búsqueda de la verdad no lo llevó a la religión. Habiendo sido criado por monjes en escuelas cristianas, no tomaba al cristianismo con seriedad. Habiendo sido exiliado por fanáticos islámicos, no tenía respeto por el Islam. Su búsqueda era intelectual, no religiosa, y Dios no jugaba ningún rol en su vida.
Un día, mientras estaba en la universidad, Henry tuvo una experiencia mística. De repente, tuvo una conciencia de que la existencia de Dios era real e inminente. Este estado, que no había sido inducido por drogas, duró dos semanas. Después de que terminó, lo único que Henry quería era experimentar esa consciencia de Dios de nuevo. Siendo un intelectual, confiaba en su mente y sabía que lo que había vivido era una dosis inalterada de realidad. ¿Pero en dónde volvería a encontrar a Dios?
Descubriendo el judaísmo
Una tarde, mientras estaba en la escuela de derecho, algunos de sus amigos judíos seculares mencionaron que esa noche irían a una clase de judaísmo. Henry se invitó solo. Como él mismo declara: "Con todo lo que decía el rabino tenía el sentimiento de que ‘esto es lo que he estado buscando’". Sus amigos judíos dejaron de ir a la clase semanal, pero Henry continuó. Se sentía identificado completamente con las enseñanzas. En una librería encontró algunos textos clásicos judíos, como el Kuzari y La Senda de los Justos. Leyéndolos, fue abrumado por la sensación de que "Sí, esto es lo que quiero".
La Senda de los Justos, un texto del siglo 18 que describe los niveles ascendentes de refinamiento del carácter y de logro espiritual, se convirtió en un mapa para volver a la consciencia de Dios que había conocido y perdido.
Después de completar sus estudios de derecho, Henry decidió que no era suficiente estudiar judaísmo; tenía que vivirlo. Decidió que se convertiría al judaísmo, pero cuando trató de conseguir una entrevista para iniciar el proceso de conversión en el Beit Din (corte judía) de la ciudad, fue ignorado. Finalmente llamó al Beit Din y pidió hablar con el Gran Rabino de "algo muy importante y privado". El secretario le preguntó de qué quería hablar, pero él insistió en que era privado. Recibió una cita, pero tan pronto como le dijo al Gran Rabino el motivo de su visita, este le dijo: "Tengo diez minutos para darte, ni uno más". Una hora después, todavía estaba conversando intensamente con Henry. Al final, el rabino le dijo: "Vuelve en un año. En un año te aceptaré".
"Para un aristócrata persa, el convertirte en judío es lo peor que podrías hacer".
Henry entendió que era una prueba a su sinceridad y perseverancia. Pero el rabino no sabía que estaba tratando con la indomable raza Qajar. Un año después Henry había vuelto. Después de dos años de estudiar sobre cómo ser judío, Henry se convirtió a los 28 años. Seis meses después se casó con Noa e hicieron aliá a Israel, donde Moshé actualmente estudia en una Ieshivá.
Convertirse al judaísmo significó renunciar al prestigio de ser parte de la aristocracia, a la aprobación de su madre y a toda conexión con el resto de su familia. "Para un aristócrata persa, el convertirte en judío es lo peor que podrías hacer", declara Moshé. "Es simplemente inimaginable, es algo vergonzoso".
Durante el largo proceso de conversión, nunca lo desalentó la posibilidad de perder todos los privilegios de su nacimiento y crianza. "Creía en algo", atestigua Moshé. "Creía que la Torá es la Verdad, y quería tenerla. No quería sólo aprender sobre ella, quería alcanzar las alturas espirituales descritas enLa Senda de los Justos".
Después de su conversión, Moshé tuvo una conversación con su hermano. "¿Por qué no te conviertes?" Le preguntó. "Sabes que el judaísmo es verdad".
Su hermano contestó: "Sé que es verdad, pero no puedo convertirme. Amo demasiado el lujo y el confort".
Sentado en su simple departamento de Jerusalem, rodeado por su esposa e hijos, Moshé piensa en el cambio que hizo al elegir la verdad sobre el confort. ¿Obtuvo más que lo que perdió? La respuesta de Moshé es una gran sonrisa.
Publicado: 23/12/2012
Fuente: http://www.aishlatino.com/e/oe/El-Principe-Judio-de-Persia.html

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