domingo, 20 de marzo de 2022

Presión ética

Elías Farache S. El conflicto entre Rusia y Ucrania es algo extraño. En primer lugar, es una guerra a la usanza de aquellas del siglo pasado, con armas convencionales, ejército de ocupación numeroso, problemas de logística típicos, movimiento de refugiados y una impasible opinión pública internacional. Opinión de gobiernos, instituciones y personas que no resuelven […]


Naftali Bennett – Foto: Wikipedia – CC BY-SA 3.0

Elías Farache S.

El conflicto entre Rusia y Ucrania es algo extraño. En primer lugar, es una guerra a la usanza de aquellas del siglo pasado, con armas convencionales, ejército de ocupación numeroso, problemas de logística típicos, movimiento de refugiados y una impasible opinión pública internacional. Opinión de gobiernos, instituciones y personas que no resuelven nada. Sanciones aquí y allá, declaraciones sentidas y un drama humanitario de proporciones colosales que es conocido por todos, condenado por algunos y tolerado por demasiados.

Rusia y su líder máximo se perciben inflexibles y poderosos. No parece haber forma de impedir su actuación en el terreno, ni de oponerse a sus argumentos. Ucrania se ve cada día más golpeada y destruida. Resultan difícil de entender las causas de este conflicto, la virulencia del mismo y la incapacidad de potencias, instituciones, diplomacia y sanciones para poner coto a una situación sencillamente inhumana.

En medio de este panorama desolador, aparece una especie de mediador insospechado. Israel, el único estado judío del mundo, tiene a su primer ministro conversando con Putin y Zelensky, llevando y trayendo mensajes, cuidándose de no meter la pata en una situación que hace ello muy factible.

Israel tiene, como ninguno, intereses en juego. Su seguridad nacional depende de la coordinación con Rusia para incursiones de la Fuerza Aérea en territorio sirio, con el objeto de impedir el fortalecimiento de una logística iraní cuyo objetivo final pueda ser precisamente Israel. Rusia ha sido colaboradora con Israel en este aspecto vital. No se puede enfurecer ni agraviar a los rusos, so pena de perder esta facilidad invaluable.

En Ucrania, hacen vida muchas comunidades judías. El estado judío, por definición, es garante de los judíos en cualquier parte del mundo. Bien sea por el acceso a la ley del retorno, que garantiza a cualquier persona con uno de sus abuelos judíos, el derecho inalienable de poder emigrar a Israel o bien sea por una cuestión de humanidad en cualquier circunstancia que ponga en peligro la vida de seres humanos.

Israel tiene intereses ciertos en promover un cese a las hostilidades lo antes posible. Pero como mediador, no tiene herramientas reales que le permitan presionar a Rusia o a Ucrania, que signifiquen una amenaza para las partes en conflicto. Israel no tiene nada que boicotear, nada que dejar de suplir que sea insustituible, ningún botón rojo que pulsar, ningún elemento de persuasión. Israel solo cuenta con argumentos éticos, lógicos, humanitarios, de justicia.

En el concierto de naciones y potencias, Israel es muy pequeña. En proporción a su tamaño, la actuación del país es muy llamativa, fuera del rango esperado. Las motivaciones de su eventual mediación radican en el carácter humanista y ético del estado en su condición de estado judío. Su perfil de mediador debería reducirse al de un simple mensajero entre dos partes que no se comunican, y sin embargo ha adquirido proporciones mucho más importantes y dramáticas.

En cierto sentido, es un logro y un orgullo que el pequeño estado judío tenga un papel tan relevante en el escenario mundial. Algo impensable hace algunos años. Que sea una argumentación humanitaria y de ética la que impulse a Israel a tratar de servir de mediador en una situación de tamaña complejidad y virulencia, bajo la mirada poco participativa de países más grandes, poderosos e importantes, constituye una prueba de la solidez e importancia de Israel.

A todas estas, la presión que Israel pueda hacer sobre las partes en conflicto, y también sobre aquellos que pudieran influir en lograr un cese de hostilidades, se basa en la ética y la moral.

Sí, Israel como nación heredera de los profetas, se vale en estos momentos de su arma más valiosa e intangible: la presión ética que pueda ejercer.

Ojalá que surta efecto. Por el bien de todos.

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