viernes, 2 de septiembre de 2022

Nosotros estuvimos en las Olimpiadas de Múnich en 1972.

01/09/2022 | por Melinda Stein


Hace cincuenta años, 11 atletas israelíes fueron masacrados por terroristas palestinos en Alemania. Nosotros estábamos allí de luna de miel.

Con mi esposo Steven viajamos en tren desde Atenas, cruzando lo que entonces era Yugoeslavia y Austria, y nuestro tren llegó a la estación de trenes de Múnich. Era un edificio impresionante, con grandes arcos y muchas plataformas.

A las 7 de la mañana, los lugareños desayunaban enormes jarras de cerveza. Era el 2 de septiembre de 1972. Steve y yo nos habíamos casado poco antes en Nueva York. Nuestro plan era tener una tranquila luna de miel viajando en tren por Europa y Escandinavia, y al final viajar a Israel, donde nos quedaríamos a vivir.

Mientras elaborábamos nuestra estrategia sobre los mapas, eligiendo las rutas y las paradas para nuestro viaje, Steven comentó: "Mira, cuando viajemos hacia el norte pasaremos por Múnich justo cuando serán los Juegos Olímpicos. Tal vez podemos quedarnos allí un poco. ¡Sería una experiencia increíble!".

"Pero cariño, ya es demasiado tarde para conseguir alojamiento. Olvídalo".

Yo tenía emociones mezcladas respecto a detenerme en Alemania. Mis padres eran sobrevivientes polacos del Holocausto, y la mayoría de mis parientes fueron víctimas de la embestida nazi.

Pero siendo un aficionado a los deportes, Steve estaba decidido a buscar cualquier manera de lograrlo. "¿Acaso tu padre no mencionó una vez que tiene primos en Múnich?"

Yo tenía emociones mezcladas respecto a detenerme en Alemania. Mis padres eran sobrevivientes polacos del Holocausto, y la mayoría de mis parientes, incluyendo mis cuatro abuelos, fueron víctimas de la embestida nazi. Cuando terminó la guerra, mis padres vivieron en un campo de refugiados cerca de Múnich hasta 1949, cuando recibieron permiso para emigrar a los Estados Unidos.

Para mi luna de miel, hubiera preferido dejar a Alemania fuera de la lista de destinos. Pero a regañadientes acepté, y mis parientes de Múnich, también sobrevivientes del Holocausto, se ofrecieron a recibirnos durante las Olimpiadas.

La ciudad era bella, la atmósfera festiva y políglota. Los atletas y entrenadores de todo el mundo iban por todas partes con sus equipos identificando a sus países. En las calles, había aroma de nueces tostadas azucaradas de los vendedores ambulantes. Muchos negocios colocaron televisores en sus vidrieras delanteras para que las multitudes pudieran ver las competencias a tiempo real. Vimos a Mark Spitz nadar hacia una de sus siete medallas de oro. Las asombrosas actuaciones gimnásticas de Olga Korbut provocaron vítores multilingües. Más tarde dimos una vuelta por el Englischer Garten, el jardín inglés, más grande que Central Park. Fue emocionante ver las competencias olímpicas de tiro con arco que se llevaron a cabo allí y que fueron abiertas y gratuitas para todo el mundo.

Los planificadores de las Olimpiadas incluso le dieron un apodo: los juegos felices. Múnich estaba ansiosa por disipar el recuerdo de los Juegos Olímpicos que se celebraron en 1936 en Berlín. Los omnipresentes emblemas y banderas nazis y el rampante racismo y antisemitismo de esas Olimpiadas presumiblemente serían olvidados porque la Olimpiada actual se desarrollaría sin problemas y con suma alegría.

El 5 de setiembre era un día en el que no había programado ningún evento. Decidimos viajar a las afueras de Múnich, a un pueblo llamado Garmisch-Partenkirchen. Es un pueblo alpino de esquí donde tuvieron lugar los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936. Es también el lugar donde se encuentra la montaña más alta de Alemania, Zugspitze, una vista increíblemente bella.

Mientras esperábamos el teleférico que nos llevaría a la cima, escuchamos extraños rumores entre los que esperaban con nosotros el funicular, respecto a un ataque terrorista palestino esa mañana en la Villa Olímpica. Mientras subíamos a la montaña, un pasajero que hablaba en inglés confirmó los rumores de que el ataque había sido contra los miembros de la delegación olímpica israelí. Estábamos conmocionados y horrorizados. Apenas llegamos a la cima dimos media vuelta, volvimos a bajar y regresamos de inmediato a Múnich.


Descubrimos que dos miembros del equipo israelí habían sido asesinados a sangre fría, uno de los cuerpos mutilado y arrojado desde un balcón, y que los terroristas se llevaron como rehenes a otros nueve atletas. La cobertura televisiva esa tarde fue casi por completo en alemán, dejándonos frustrados en nuestro deseo de saber las últimas noticias. Fue espeluznante ver una y otra vez la filmación de la aparición del terrorista encapuchado en el balcón del edificio de los atletas israelíes.


El corresponsal de noticias Jim McKay de repente apareció y difundió la situación en inglés. Así supimos que la banda de terroristas pasó con facilidad la valla de la Villa Olímpica, llevando bolsas de lona repletas de municiones y ametralladoras, y se dirigió directamente a atacar a los atletas de Israel. Nos sentamos frente al televisor, nuestras emociones desbocadas por el miedo y la ira. Parecía imposible que no hubiera ningún sistema de seguridad más que la exigua valla para proteger a los competidores internacionales.

Justo antes de irnos a dormir, hubo rumores de que se había llegado a un acuerdo y que los rehenes serían liberados. El plan parecía ser que los secuestradores llevarían a los nueve atletas al aeropuerto de Fürstenfeldbruck en Múnich. Allí habría cuatro o más francotiradores alemanes por si los terroristas armados intentaban abrir fuego contra sus cautivos. En la pista habría un avión esperando para llevar a los palestinos y los rehenes a un lugar en el Medio Oriente. Luego los atletas serían liberados a cambio de que Israel liberara a unos 250 terroristas palestinos que estaban encarcelados. Nos fuimos a dormir sintiéndonos optimistas respecto a que los rehenes serían liberados.

Nos despertamos con la noticia devastadora de que los nueve rehenes habían sido masacrados, pero tres de los terroristas habían sobrevivido. Posteriormente ellos fueron liberados por las autoridades alemanas. Mis primos estaban en estado de shock, se quedaron sin palabras. Me pregunté con incredulidad: "¿Cómo es posible esto? Estamos en 1972 no en 1942. ¿El suelo alemán nuevamente está manchado con cadáveres y sangre judía?".

Los 11 atletas israelíes

Anunciaron que habría una ceremonia, organizada rápidamente, en recuerdo de los atletas asesinados. Ninguno de nosotros tenía ganas de asistir. La ceremonia no incluyó el tradicional momento de silencio en honor a los muertos. Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, se negó a posponer los juegos en respeto a los deudos, e insistió en que "los juegos continuarán". Steve se preguntó si esa hubiera sido la reacción si la masacre hubiese cobrado la vida de 11 atletas norteamericanos.

Steve y yo sentimos que tuvimos bastante televisión y decidimos salir. Las calles que hace unos días parecían amables y acogedoras ahora se sentían indiferentes y sin corazón. Nos miramos disgustados y dijimos: "Tenemos que irnos de aquí". Cancelamos el resto de nuestra luna de miel, tomamos un tren a Suiza y de allí un avión a Israel.

Los expertos encontraron numerosas y graves fallas en el manejo de la seguridad para todos los atletas. Desde la falta de medidas de protección adecuada en la Villa Olímpica al fallido intento de la policía de rescatar a los rehenes, cometieron un error tras otro. Una autoridad en la seguridad de eventos había sugerido unas semanas antes de los Juegos que los atletas debían alojarse en función al deporte y no al país: un área de nadadores, otra de atletismo, y así sucesivamente. Eso hubiera evitado cualquier incidente contra una nacionalidad determinada. La idea fue descartada.

Hay quienes creen que la policía se negó a permitir que los agentes de seguridad estuvieran armados o que revisaran que no entraran armas en la puerta de entrada del aeropuerto y en toda el área olímpica. Aparentemente, el justificativo fue para fomentar la imagen de los "juegos felices".

Sobre la tragedia de 1972 han escrito varios libros y también hay unas cuantas películas. La masacre de Múnich destruyó la creencia de que los Juegos Olímpicos son inocentes competencias entre los atletas del mundo. A partir de entonces, siempre habrá preocupaciones de seguridad y temor a disrupciones políticas.

Hoy, medio siglo más tarde, nos corresponde pensar en todo lo que salió mal y por qué fue así. En recuerdo de las vidas inocentes trágicamente truncadas, tenemos la obligación de aprender del pasado, para garantizar que tales tragedias nunca vuelvan a ocurrir.

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